Ya que la suerte que ha corrido el transporte Rímac no es un misterio para nadie, conviene recordar las circunstancias en que tuvo lugar su partida. Habiéndome trasladado a Valparaíso a despedir a mi hermano, estuve en situación de conocer las verdaderas circunstancias que precedieron a su marcha. Su relación auténtica, descarnada, que garantizo bajo mi palabra de honor y que coloco bajo el honor del mismo señor Altamirano, contribuirá a esclarecer el hecho terrible que tiene abrumado el espíritu del país.
El viernes 18 de julio salí de Santiago acompañando al escuadrón Carabineros de Yungay. Llegado a Valparaíso, mi hermano recibió orden de embarcarse a las tres de la tarde en el vapor Rímac. Minutos antes de esa hora y cuando llegaba al muelle para tomar el bote que debía conducirlo a bordo, nos dijo el comandante Thompson que, según creía, el intendente Altamirano había postergado la salida del transporte.
Fuimos a ver al señor Altamirano quien nos confirmó lo que Thompson nos había dicho solo de un modo vago; añadiendo mas o menos estas textuales palabras: Santa María me anuncia, comandante, que hay mucho peligro para su partida. Por consiguiente, postergue Ud. su viaje hasta nueva orden.
Luego supimos que la causa de esa determinación inesperada era un parte trasmitido desde Antofagasta, que fue publicado aquella misma tarde en Valparaíso y que, según creemos, fue circulado en suplementos en Santiago, anunciando que el Huáscar estaba en Mejillones, la Unión en Cobija y creemos que la Pilcomayo en Tocopilla.
La ansiedad se hizo sentir desde ese momento en Valparaíso y con ella el temor de que el objeto del enemigo fuese apresar los transportes que se preparaban a partir. Sin embargo, al siguiente día, a las diez de la mañana, mi hermano recibió en el hotel una carta en que el señor Altamirano se reducía a anunciarle que el Rimac partía a las 12 del día, sin una palabra de explicación sobre la presencia del enemigo, ni sobre la desaparición de los temores que detuvieron su marcha el día anterior.
A consecuencia de esta orden se embarcó ese mismo día, a las doce, con el presentimiento del funesto lance que no ha tardado en realizarse.
Se agrega a esto, que el vapor que debía burlar la persecución de la escuadra peruana, había sido cargado, según se nos asegura, con exceso sobre el peso máximo de su carga, y que aun sin esa circunstancia no habría podido escapar de la Unión por ser su andar inferior de dos millas al de este buque.
Una hora mas o menos después de la partida del vapor, se recibió la noticia de la presencia de la escuadra peruana en Caldera, pero el parte no llegó a conocimiento del señor Altamirano sino a las cinco y media de la tarde del mismo día, por haberse ausentado de la intendencia sin dejar una persona encargada de conducir los partes al lugar en que se encontraba.
A las seis, cuando la noticia de la llegada del enemigo a nuestras costas se divulgó en Valparaíso, me trasladé a la intendencia a solicitar del señor Altamirano que tomase alguna medida para evitar el apresamiento del vapor.
Empezó por manifestarme que no había medio de reparar lo hecho; y como me preguntase si se me ocurría alguno, le supliqué que ordenase a la Chacabuco, al Tolten y al Copiapó, que debían regresar de Coquimbo a Valparaíso, que tomasen tres rumbos distintos, lo que a más de servirles de propia seguridad habría quizás bastado para prevenir del peligro al Rimac y hacerlo volver a Valparaíso. El señor Altamirano se excusó de tomar ninguna medida alegando razones que solo me manifestaron su deseo de confiar la suerte del convoy a los azares de la más ciega fortuna.
Esta relación descarnada, no descubre sino una faz de la severa investigación que el país está en el deber de levantar contra los autores de la orden inconsiderada que expuso sin objeto la suerte de un cuerpo de ejército.
Nada justificaba esa marcha precipitada; ni las necesidades de la guerra, ni siquiera la opinión de los altos jefes del ejército, pues nos consta que el señor general Arteaga no solicitó, antes bien se opuso al envío precipitado del escuadrón.
En resumen, la desgracia que hoy lamentamos no pertenece a la categoría de esos accidentes de la guerra que no es posible evitar. Por el contrario, se han acumulado en este hecho todas las faltas que la imprevisión puede poner al servicio de la más completa ignorancia de las cosas del mar.
El buque fue despachado, sabiéndose la presencia del enemigo en las cercanías de Antofagasta: los partes que recibidos en tiempo oportuno hubieran podido evitar la catástrofe, no llegaron a su destino sino algunas horas más tarde por un descuido incalificable, y por fin no se adoptó en el primer momento ninguna de las medidas que estaban al alcance de la comandancia general de marina para reparar el mal.
Tales son los hechos que entrego al juicio del público. Por dolorosos que ellos sean para mi corazón de chileno y de hermano, deseo que su cabal conocimiento prevenga al país contra la repetición de hechos análogos.
Gonzalo Bulnes.
(Publicado en el diario El Ferrocarril)
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Vicuña Mackenna, Benjamín. "Historia de la Campaña de Tarapacá. Desde la ocupación de Antofagasta hasta la proclamación de la dictadura en el Perú". Tomo II. Santiago de Chile, 1880.
Saludos
Jonatan Saona
Desde que comencé a leer los partes, imaginé que lo del Rímac fue algo premeditado, fuera de toda mínima lógica estratégica. Sobrecargarlo de pertrechos y mandarlo al sacrificio.
ResponderBorrarNuestro país lamentablemente desde tiempos inmemoriales esta infectado de deslealtad, traición.
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