No era fácil congeniar con Balta. La dureza del cuartel, primero, el largo confinamiento privado más tarde, el éxito y el Gobierno después, habían desarrollado y mantenido en él una tendencia autoritaria y una manera ruda. Cuando Piérola presentó su plan financiero y se preparaban la instrucciones para los comisionados en Europa, que debían buscar afanosamente una operación salvadora, Balta llamó un día al Cajero Fiscal para que le diera algunos datos relativos a la situación hacendaria.
Piérola llegó al Ministerio y se enteró de que el Cajero había sido llamado por el Presidente. Inmediatamente se encaminó al despacho de éste, y encontró allí al funcionario, proporcionando las informaciones. Dirigiéndose con decisión al Presidente le dijo:
-No consiento en que V.E. haga pregunta alguna, relativa a mi despacho, a un subalterno mío.
Y se volvió enérgicamente:
-Señor Cajero Fiscal, dígnese salir.
Balta se contrajo con violencia. Ni como militar ni como mandatario estaba habituado a que se discutieran audazmente sus órdenes. El Cajero Fiscal no supo qué hacer, pero rápidamente Piérola se lo indicó:
-Le he dicho que se retire.
El Presidente estalló y saliendo de su asiento avanzó por un costado de la mesa. Era fuerte y estaba iracundo. Piérola era débil, pero estaba sereno.
Balta, comprendiendo intuitivamente la gravedad política y humana de un acto de fuerza, vaciló. Su hermano Juan Francisco, Ministro de Guerra, que se encontraba en la antesala, entró al oir las voces e increpó a Piérola:
-Señor Ministro, está Ud faltando a la Constitución y a las leyes.
-¡Silencio! Ud no sabe lo que son la Constitución ni las leyes.
Y salió sin despedirse ni volver el rostro, pero no regresó al Ministerio sino que se fue a su casa y anunció que estaba indispuesto. Balta, afanoso de un acto que consagrara su autoridad de mandatario convocó al Gabinete, al que relató lo ocurrido y propuso la destitución del ministro. En el Consejo, las opiniones estuvieron acordes en condenar a éste, pero algunos pensaron que había que pedirle su renuncia y que no debía trascender al público incidente tan desagradable. Fue, principalmente, la opinión de Gálvez y Barrenechea.
El Presidente, entonces, llamó a don Manuel Atanasio Fuentes (El Murciélago) y consultó su opinión:
-Se va Ud a cortar la cabeza. Usted no conoce a Piérola; se expide el decreto de destitución y lanza un manifiesto al país sobre lo ocurrido y como por desgracia, la causa inicial del altercado le favorece V.E. pierde en el incidente.
-¿Qué debo hacer entonces?
-Nada, dejar las cosas como están.
Con su profunda hombría de bien, Balta comprendió y cedió. Envió un edecán a casa de Piérola para informarse de su "indisposición". Al día siguiente fue personalmente.
-He venido, señor Ministro, a informarme de su salud.
-Agradezco debidamente la atención de Vuestra Excelencia.
Tras un silencio desagradable:
-He venido, también, para decirle que debemos olvidar el deplorable incidente ocurrido y que deseo seguir aprovechando sus buenos servicios.
-Una vez que me sienta restablecido no tendré inconveniente para ello.
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Texto tomado del libro "Don Nicolás de Piérola", de Alberto Ulloa
Saludos
Jonatan Saona
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