COMANDANCIA GENERAL DE LAS BATERÍAS DE CHORRILLOS Y MIRAFLORES
Lima, febrero 9 de 1881.
Señor General:
El cumplimiento de mi deber, me pone en el imprescindible caso de dar partea V.S. de la batalla librada el 13 de enero próximo pasado, entre las fuerzas de mar y tierra de la República de Chile y nuestro ejército, en los campos de Villa y San Juan, en todo lo que se relaciona con las baterías dependientes de esta Comandancia General; pero antes de ocuparme de los detalles de ese acontecimiento, tan funesto para el porvenir de nuestro país, creo conveniente hacer aquí una ligera reseña de la situación topográfica que en las alturas de Chorrillos ocupaban las baterías a mis órdenes, las piezas con que estaban artilladas, las fuerzas que las servían, su armamento y la manera como estaban apoyadas.
En la eminencia que une al extremo sur de la bahía de Chorrillos, y el comienzo de la altura más culminante, denominada Marcavilca, se habían establecido dos baterías: la primera y principal, nombrada Mártir Olaya, estaba situada en la planicie más elevada del morro de Chorrillos. Allí se habían montado dos cañones de a 70, sistema Parrot, en cureñas de correderas, sobre una plataforma de madera, y con un intervalo, entre ellas, de ocho metros, a lo más; ambos giraban una vez en un círculo completo, y desde luego batían tanto al mar, como a la campiña en un radio de 4 a 5.000 metros. Su situación relativa, y la poca distancia que los separaba, impedían, como V.S. comprende, hacer sus fuegos a un mismo tiempo sobre un punto dado, sin grave peligro para los artilleros. Todo el perímetro de la plataforma, que era rectangular, estaba cubierto con unas cuantas filas de sacos de arena que apenas cubrían a la tropa hasta media pierna; se habían colocado allí para desfigurar el terreno, más bien que para defensa de los proyectiles enemigos. En la pendiente que sólo mira al mar, y sin poder ofender al valle, sobre una plataforma también de madera, se había montado una pieza de 500 libras, sistema Rodman, y un poco más avanzada y al pie del corte vertical que sirve de límite al mar, se había colocado otra pieza pequeña de a 9, sistema Withworth, montada sobre una cureña de marina.
La segunda batería, denominada Provisional, estaba situada en una meseta que avanza hacia el valle, quedando oculta del mar por su retaguardia, sin ser vista más que por la bahía, dominaba toda la campiña y caminos que conducen de San Juan y Villa a Chorrillos, montaba dos piezas de a 32, largas, de ánima lisa, sistema antiguo, sobre cureñas de marina, en dos plataformas de madera y sin parapeto ni defensa alguna, pues la premura del tiempo no dio lugar para más. Podían ofender al enemigo en un radio de 3.500 a 4.000 metros.
Entre estas dos baterías, media una distancia próximamente de 1.000 metros, y las desigualdades del terreno, en dicha extensión, les hacía imposible verse ni observarse entre sí.
La caleta de la Chira, situada al sur de estas fortificaciones, se encuentra separada de ellas y oculta por una gran eminencia que se levanta a inmediaciones de la batería provisional denominada la Marcavilca. Desde su cima se domina y defiende no sólo la caleta nombrada, sino todos los arenales limitados por el valle y el más recóndito repliegue, en todas las direcciones de un círculo y a una inmensa distancia; era, pues, la llave de nuestras baterías, y por consiguiente importante colocar allí artillería de menor calibre, que al mismo tiempo que ofendía al enemigo a larga distancia, impedía todo desembarque por la caleta Chira, y apoyada por una fuerte división del ejército, impedía fuese tomada por el enemigo, que con sus fuegos de infantería anularía por completo las baterías de mi mando. En su consecuencia, y con gran trabajo, por un camino enteramente angosto, formado sobre la cuchilla que corre hasta la cima, se subieron dos piezas de a 9, artillería de campaña sistema Clay, y una ametralladora Nordenfelt.
Para el servicio de las dos baterías de la sección Clay, un obús de a 12 de campaña y una ametralladora Claeston, contaba con sólo 36 matriculados de Chorrillos, 52 artilleros, 6 marineros y 80 reclutas del departamento de Junín, que el día 11 me remitió S.E. el Jefe Supremo, de los cuales remití 25 a Miraflores, para la batería Alfonso Ugarte, quedando en la de Chorrillos 55, quienes, durante el combate, sólo pudieron ser empleados en proveer de municiones a los distintos puntos artillados. Los matriculados, en número de 21, servían la sección Clay y ametralladora Nordenfelt a las órdenes del capitán de artillería don Nicanor Luque; otros 15 servían la batería Provisional, con un marinero y cinco artilleros, a las órdenes del capitán del arma don Manuel R. Cornejo. Los 47 artilleros restantes, cinco marineros, se ocupaban en el servicio de la batería Mártir Olaya. Para armar toda esta fuerza sólo contaba con 40 rifles Remington y 3.000 cápsulas.
Como V.S. verá, no tenía un solo soldado de infantería que protegiese las dos baterías Mártir Olaya y Provisional. En Marcavilca se hallaba situada la 1ª División del ejército del norte.
Hecha esta manifestación, que he creído enteramente necesaria, paso ahora a ocuparme de la manera como funcionaron estas baterías durante la batalla.
Serían las 5.30 A.M., cuando un ayudante de las baterías, mandadas por su primer jefe sargento mayor don Manuel Hurtado y Haza, vino a darme parte que el enemigo se batía con nuestro ejército establecido en la línea. Inmediatamente me constituí en la batería Mártir Olaya, acompañado del señor coronel de artillería don José Ruesta y los ayudantes de esta Comandancia General, subtenientes del arma, don Gerardo Soria, don Abel Ayllón y don Alberto Panizo; cuando llegué allí, jefes, oficiales y tropa, se encontraban en sus puestos, listos para el combate y animados del mayor entusiasmo y decisión, esperando el momento de la prueba.
Seguido del mayor Haza y de los ayudantes que antes me habían acompañado, pasé a la batería Provisional, en cuyo puesto, tampoco tuve nada que notar; de allí ascendí a Marcavilca, que en esos momentos hacía fuego sobre el enemigo; al llegar allí, me dio parte el capitán Luque que una de las piezas Clay y la ametralladora Nordenfeldt estaban inutilizadas; un armero se ocupaba en trabajar en ambas armas a fin de restituirlas al servicio; pero desgraciadamente, ni el trabajo de éste, ni el empeñoso interés del capitán produjeron resultado favorable alguno; quedaba pues una sola pieza que constantemente disparaba sobre la escuadra enemiga unas veces y otras sobre los regimientos que trataban de ascender a la posición. La división del señor coronel Noriega, situada en esa planicie, defendía perfectamente bien su puesto; las municiones de artillería iban escaseando; inmediatamente mandé uno de mis ayudantes a la batería principal para que mandaran una cantidad suficiente, orden que se ejecutó y cumplió en el término de la distancia, quedando dicha posición en las mejores condiciones de defensa.
Mientras tanto, ya el enemigo había ido batiendo y desalojando de sus posiciones a nuestro ejército en la línea de San Juan a La Chira, y por los potreros y callejones de Villa venía cediendo el campo sin tener artillería que lo protegiese en su retirada. En el acto descendí a Marcavilca a la batería Provisional; en el tránsito encontré a S.E. el Jefe Supremo, a quien di parte de cuanto hasta entonces había acontecido en mi puesto, avisándole al mismo tiempo que iba a mandar romper los fuegos en la batería Provisional. S.E. siguió a Marcavilca, y los fuegos se rompieron con los mejores resultados.
La caballería e infantería enemiga, parte en guerrilla, perseguía a una considerable fuerza nuestra que a las órdenes del señor coronel don Miguel Iglesias venía en retirada y trataba de organizarla al pie de una huaca que domina el camino indicado, cerca del panteón; los fuegos de la batería desalojaron al enemigo apostado y sus guerrillas; y el coronel Iglesias, con sus tropas ya organizadas, emprendió un nuevo ataque y recuperó a viva fuerza sus perdidas posiciones, de las que más tarde volvió a ser desalojado por las reservas del enemigo y por falta de tropas de refresco que lo protegiesen. Durante todo este tiempo las artillería enemiga nos hacía un nutrido fuego, cuyos proyectiles caían sobre nuestra posición; allí se hallaba presente el señor contralmirante don Lisardo Montero. En estos momentos recibí aviso del mayor Haza de que parte de la escuadra enemiga aparecía frente a la batería Mártir Olaya; en el acto marché a ese punto, llegando en circunstancias de que este jefe con el cañón de 500 libras rompía los fuegos sobre la cañonera Pilcomayo y la lancha Toro, que ya disparaban también sobre esta batería. Como una hora duró este pausado cañoneo, sin producir resultado alguno, retirándose enseguida dichos buques para no aparecer más; eran las 8 A.M.
La artillería enemiga, dueña de las magníficas posiciones que había tomado en San Juan y Villa, nos hacía fuertes descargas sobre las baterías, que eran contestadas vigorosamente, sosteniendo un cañoneo de más de dos horas, que nos acusó algunas víctimas; mientras tanto el enemigo, entrando por el camino últimamente abierto entre San Juan y Chorrillos, trataba con fuerzas de infantería y caballería, en número considerable, de apoderarse de esta villa.
En la Escuela de Clases había un batallón nuestro que les hacía fuego, y en el camino que de este edificio conduce al Barranco se reorganizaba también otro batallón nuestro.
En el acto hice dirigir los fuegos sobre el enemigo, con tan buen efecto, que por tres veces fue rechazado hasta la embocadura del citado camino. En este largo intervalo de tiempo, ambos batallones se replegaron al Barranco.
En este momento, y con gran sentimiento, vi que condujeron herido, en una camilla, al valiente capitán de artillería don Nicanor Luque; tenía una pierna rota. Me dijo que Marcavilca quedaba resistiéndose bajo buenos auspicios; que habiéndose inutilizado el montaje de la única pieza Clay que quedaba, había tenido que desmontarla y cambiarle la cureña de la que antes se había descompuesto, y que al ser herido, quedaba al mando de dicha pieza el subteniente Alvarez Caledrón, perteneciente al Batallón Ayacucho número 5.
Serían las 12.30 P.M. cuando conocí que los momentos eran cada vez más difíciles; que no contaba con fuerza alguna de infantería para defender mis posiciones, y que la batería de a 32 la batían crudamente. En estas circunstancias mandé a mi ayudante, subteniente don Gerardo Soria, fuese a buscar a S.E. el Jefe Supremo y le hiciera presente nuestra situación y la necesidad que tenía de fuerza de infantería para la defensa y sostén de mi puesto. Largo rato después, dicho oficial trajo la noticia de que S.E. se había marchado a Miraflores, donde se había replegado el ejército, y que el enemigo estaba cerca de la población.
Desde las primeras horas de la mañana, y careciendo de puesto en la línea, se hallaban a mis órdenes 30 hombres armados con Remington, y con muy pocas municiones, pertenecientes a la sección de ingenieros del ejército del Norte, a las órdenes de don Fabio Rodríguez, con unos cuantos subalternos más; les hice desplegar en guerrilla a fin de poder batir, aunque a cuerpo descubierto, las avenidas más importantes de la posicón.
La ametralladora Clayton, se había inutilizado a los primeros disparos; el mayor Haza, que personalmente manejaba esta arma, tuvo al fin que abandonarla y hacerse cargo del obús de a 12 de campaña, para batir ya de cerca al enemigo, cuya infantería había ocupado las avenidas del malecón, y la que desemboca al camino de zigzag que condice al Morro.
La batería Provisional había sido tomada a sangre y fuego, por falta de infantería que la protegiese; la división de Marcavilca, dominada por el enemigo, dejaba su posición y descendía precipitadamente, parte por la pendiente situada entre su posición y la batería Provisional, hacia la población, y el resto por encima del Morro con la misma dirección. El enemigo había coronado Marcavilca, y en guerrilla, hacía fuego sobre dicha división, impidiendo que se reorganizase, haciéndole infinitas víctimas.
Los artilleros de nuestras baterías eran diezmados, al extremo que los jefes y oficiales de esta Comandancia General, así como los de las baterías, servían desde entonces en las dos piezas Parrot que, junto con el obús de a 12, eran las únicas que batían con metralla al enemigo que, instante por instante, arreciaba más sus fuegos y nos encerraba casi en un círculo, pues no teníamos más parte libre que las ásperas pendientes que conducen a la playa.
En estos momentos caían heridos el coronel de artillería don José Ruesta, que valerosa y espontáneamente había solicitado un puesto en el combate, y el valiente teniente del arma, don David León.
Desde este momento la situación se hizo insostenible. Cien hombres, más o menos, sin parapeto alguno, casi agotadas sus municiones, y sembrado el campo de muertos y heridos, con que tropezaba a cada paso, eran impotentes, a pesar de su valor, para combatir con numerosísimas fuerzas que por todas partes nos asediaban. En tales condiciones, llamé aparte al mayor Haza, y le ordené que personalmente le prendiera fuego a una mecha de duración, de que anteladamente se había dotado al polvorín; la orden fue obedecida inmediatamente; la tropa se apercibió de ello antes de tiempo, y sin esperar mis órdenes para retirarnos unidos, pues la mecha nos daba tiempo suficiente, y alarmada con el peligro que suponían inmediato, sin que yo ni los jefes y oficiales que se hallaban a mi lado lo percibiésemos, en su veloz retirada nos precipitaron de la pendiente hasta la playa, en donde algunos quedaron víctima de su temeridad.
No sin algunas contusiones, pudimos emprender la retirada en medio de la tropa dispersa, por el canto de playa, con dirección a Miraflores, a replegarnos a la batería Alfonso Ugarte, también dependiente de esta Comandancia General; pero desgraciadamente, el enemigo nos cortó la retirada haciéndonos algunas víctimas más, y tomándonos prisioneros pocos momentos después.
Al terminar este parte, no puedo menos que manifestar a V.S. el patriotismo, valor y entusiasmo con que han llenado su deber, durante la batalla, todos los señores jefes, oficiales y tropa que constan de las relaciones acompañadas a los partes de los señores jefes de las baterías a mis órdenes, así como el cirujano y sus subordinados. En cuanto a la batería Alfonso Ugarte, cuyo parte también acompaño, aunque no tuve el honor de verla combatir, por estar yo prisionero, los antecedentes de los jefes y oficiales que la defendían en la jornada de Miraflores, y el parte del jefe del detall, manifiestan perfectamente su digno y valeroso proceder.
Dios guarde a V.S., señor General
ARNALDO PANIZO
Al señor General del Estado Mayor General de los ejércitos.
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Fotografía de Arnaldo Panizo, de la colección de su descendiente Juan Carlos Flórez Granda.
Saludos
Jonatan Saona
El parte indica que la Unidad Artillera de Panizo fué la última fuerza en oponerse a las tropas chilenas hacía el final de la batalla. Es de admirar como en medio del desastre aún trataron de reparar la ametralladora Clayton y el cañón desmontado. Panizo merece recibir mayor reconocimiento por su acción al mando de las baterías del Morro Solar.
ResponderBorrarFalta el reconocimiento para este bravo oficial
ResponderBorrarY sin embargo, no queda claro la forma en que Panizo y sus oficiales se retiraron de esa posición. De acuerdo al texto de su parte, los defensores "en su veloz retirada, nos precipitaron de la pendiente hasta la playa".
ResponderBorrar¿Quiere ese decir que los soldados en retirada arrastraron o empujaron a su jefe y oficiales desde la misma batería y hasta la playa al pie del Morro Solar?
¿Sin oposición de estos? Nebuloso parte.
Lo ocurrido con la artillería peruana en esta batalla es un desastre de grandes proporciones que dejo al ejercito y a la 2da línea de defensa sin poder contar con estas armas porque fueron capturadas casi en su totalidad por el adversario.
ResponderBorrarLo anterior habla de una pesima planificacion por parte del Estado Mayor al no considerar tropa de infantería para proteger estas posiciones y peor aun la direccion general al no efectuar los cambios de posición y la retirada oportuna para evitar su captura por parte del enemigo. Con esta calidad de estrategas y comandantes no podían pretender ganar la guerra.