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25 de noviembre de 2011

Parte de Suárez sobre Tarapacá

Belisario Suárez
Parte de Belisario Suárez sobre Tarapacá

ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO DEL SUR

Tarapacá, noviembre 27 de 1879. 

Séame permitido, antes de describir la batalla que con tanta honra nuestra ha cambiado la situación, hacer notar a V.S. que la sola ascensión hasta el nivel de los baluartes contrarios, es por sí misma un triunfo, porque la ciudad que nos servía de cuartel general está por todas partes dominada y sólo a fuerza de un espíritu superior a nuestra fatiga y a merced del aturdimiento del enemigo, que nos supone desconcertados y nos encontró poseídos del más ferviente entusiasmo, ha podido realizarse esa subida a la luz del día y al través de dificultades que daban toda la ventaja a los enemigos, que contaban por suyo el campamento.

Antes de combatir hemos tenido que ponernos en condiciones de hacerlo, entregándonos indefensos a tiro de los contrarios, y eso se hizo con la serenidad de los valientes.

Llegados a la altura, la segunda división emprendió uno de esos ataques que todo lo arrollan y que tienen en su impetuosidad y arrojo la mejor garantía del éxito. 

Zepita tomó cuatro de los cañones enemigos con sus municiones, mientras digno émulo de su decisión y de su gloria, llevaba en trofeo el regimiento Dos de Mayo, los dos que se encontraban a su frente. Estaba cumplida, en los primeros momentos del combate, una de las más notables proezas de la infantería, y fue entonces cuando brilló el valor y cuando se revelaron en todo su mérito la perseverancia y talentos militares del comandante general de la segunda división, señor coronel don Andrés Avelino Cáceres, que tuvo el acierto, tan raro en el arte, de saber utilizar la victoria sin dejarse arrastrar ciegamente por ella. Preocupado sólo del triunfo de nuestras armas, el coronel Cáceres moderó el ardor de sus soldados, organizó el mismo entusiasmo, y no pedía sino fuerzas que recordaran su plan admirablemente combinado y que redujo a la impotencia a los contrarios.

En esta jornada admirable, sucumbió heroicamente el señor coronel, primer jefe del regimiento Dos de Mayo, don Manuel Suárez, y se diezmó la oficialidad de los cuerpos que llevaron a cabo ese esfuerzo, que aseguró la victoria a simples columnas de infantes, contra un verdadero ejército cuidadosamente dispuesto y pertrechado con todos los recursos de las tres armas.

Este cuadro de la acción es el más sublime de ella; ese triunfo, que hizo fáciles los posteriores, que casi obligó al heroísmo al resto de nuestras tropas, merece tenerse en cuenta, porque llevados por mí concurrieron al lugar donde se decidía así la suerte de dos naciones, el batallón Iquique núm. 1, cuyo valiente jefe, el señor coronel Ugarte, fue herido a bala en la cabeza y continuó, no obstante, alentando a su tropa con el ejemplo, confirmado con su sangre, y la columna Naval, que debía poner pocos momentos más tarde el sello del heroísmo sobre la sangre de su primer jefe, el comandante Meléndez, y el sacrificio de gran parte de su distinguida oficialidad.

La tercera división del ejército, si no se hizo como la anterior centro de las operaciones porque no se lo permitió su puesto en la línea, escribió su nombre en la historia de esta jornada de tal suerte que están en su poder un estandarte enemigo, el del 2º de línea, tomado por el guardia de Arequipa Mariano Santos. Muchos de los prisioneros probaron el denuedo de la lucha y la generosidad después de la victoria. El señor comandante general, coronel don Francisco Bolognesi, estuvo a la altura de esos soldados que caracterizan a aquellos cuya presencia en la fila enemiga hacía rendir banderas, y el batallón Guardias de Arequipa, por sus certeras punterías, por su orden y serenidad, hizo suyo gran parte del honor de este triunfo, en que columnas de infantes, naturalmente señaladas como víctimas de su propio valor, evidenciando una vez más la superioridad del valor y de la disciplina sobretodos los elementos que pueden oponerle los adelantos de la guerra moderna.

La quinta división, compuesta de los cuerpos de la guardia nacional del departamento y de la columna Loa, compuesta de ciudadanos bolivianos, había llegado la víspera al campamento después de una penosísima jornada, y su valiente comandante general, el señor coronel don José M. de los Ríos, que abandonó a Iquique, sólo por obediencia, sonrió al peligro y se precipitó en él con un júbilo, del que participaron sus fuerzas materiales después de la quinta herida, pero dejando su espíritu en todos sus subordinados. Es admirable el modo como el Iquique, privado de su jefe y sus oficiales; como el Loa, que parece haber encarnado la lealtad y el valor tradicional de Bolivia, como la fatal herida en su jefe y sus oficiales superiores, dispersaron la caballería enemiga, trocando en fuga su insultante confianza y arrancando de las manos los sables prontos a caer sobre nuestras columnas sin protección.

Los cuadros que esos cuerpos forman recuerdan la época de la lucha antigua; y el enemigo, privado de su artillería por Zepita y Dos de Mayo, lo fue de su caballería por los nacionales de Iquique y los representantes del honor boliviano.

La artillería, sin cañones, peleó con sus armas menores hasta hacer excepcional en sus filas y en su oficialidad la fortuna de salir ilesa, y se dio tiempo para ofender al enemigo con sus propios cañones dirigidos por el sargento mayor graduado Carrera.

La división de exploración acudió a todos los lugares del peligro, desalojó a los enemigos parapetados en lugares casi inaccesibles y confirmó la brillante reputación de su comandante general interino señor coronel Bedoya.

Cuando en toda la línea se rechazaba a la fuerza chilena, a pesar de sus posiciones y de su tenacidad, en 9 horas de combate, se presentaron en el alto por el camino de Pachica, donde se encontraban de estación, las divisiones Vanguardia y primera del ejército. Su sola presencia completó la dispersión de los contrarios, no sin que antes tuviera la segunda ocasión de tomar a vivo fuego en la lucha indescriptible otra de las posiciones alevosas de la fuerza chilena y de distinguirse la primera por la atisbada y ejemplar serenidad con que su comandante general, el señor coronel Dávila, la condujo, armas a discreción, sufriendo impasible el fuego del enemigo hasta dominarlo, con sólo su resuelta y táctica actitud. El coronel don Juan González, primer jefe del regimiento Guías, que desde días anteriores se encontraba gravemente enfermo, se presentó en Tarapacá la víspera del combate, y haciendo en él honor a su justa reputación, cayó en la fila enemiga tan gravemente herido que es casi imposible conservar su existencia.

El teniente coronel don Isaac Racabarren, el defensor de Pisagua, que había vuelto a ocupar su puesto de Jefe del Estado Mayor de la segunda división, después de multiplicarse en todas partes, de llevar personalmente los cuerpos de esa división a los puestos preferentes de la lucha, fue herido en la mano sin que nada pudiera obligarle a dejar el campo de batalla, en el cual, al lado de V.S., al mío y en todos los que le señalaban el honor y el riesgo, fue hasta el fin modelo de soldados y patriotas.

Interminable sería este oficio, si mencionara uno a uno los nombres de todos los que se han distinguido en esta batalla, que ofreció a nuestro deseo la errada presunción de los invasores; las listas de muertos y heridos tienen mayor elocuencia que cuanto pudiera darle el parte más minucioso; ellas revelan que el puesto del peligro fue el único disputado por los jefes. Orgullo y dolor inspira ese cuadro de heroísmo, que V.S. y el Perú apreciarán debidamente.

El enemigo ocupaba al principiar la acción un campamento de casi una legua entre el Alto de la cuesta de Arica y el de Visagras, y al concluir había retrocedido hasta el cerro de Minta, dos leguas más allá de sus atrincheramientos.

Los chilenos han combatido siempre a favor de sus parapetos construidos expresamente e improvisados entre las casas y tras de los matorrales que presta el bosque.

Cuatro cañones Krupp, 4 obuses, 1 estandarte y varias banderas; 56 prisioneros, fuera del sinnúmero que hemos abandonado a los auxilios de las ambulancias, entre ellos una de las cantineras, dan testimonio de esta victoria superior a las esperanzas que racionalmente podía ofrecer una sola arma puesta a prueba por las tres perfectamente organizadas. 

Nuestras tropas han hecho en este día uso de la munición y de las armas tomadas al enemigo sobre su propio campo, y ha habido momento en que trabada la lucha cuerpo a cuerpo, señaló la victoria personal de nuestros soldados.

Remito a V.S. las relaciones de nuestros heridos y prisioneros; le felicito por la ejemplar conducta de que ha sido testigo y admirador el ejército, y le ruego ponga este oficio y sus anexos en conocimiento de S.E. el señor General Director Supremo de la guerra para satisfacción del país y honra de sus armas.

Dios guarde a V.S.
BELISARIO SUÁREZ.

Al benemérito señor General de división y en Jefe del ejército.
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ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJÉRCITO DEL SUR.
Mocha, noviembre 30 de 1879.

Después de obtener el 27 en las alturas de Tarapacá una espléndida victoria sobre la fuerza chilena en un combate de 9 horas, tomándose 8 cañones, 1 estandarte, varias banderas y más de 100 prisioneros, contando los heridos dejados en las ambulancias, la necesidad que nos ha hecho experimentar la falta del contratista de carne y la escasez de municiones, gastándose en todo un día de lucha, hemos tenido que emprender la marcha por el camino que señala el adjunto itinerario.

Es posible que lo cambiemos por la vía de Coppa y procuraré comunicarlo a V.S. por medio de expresos, esperando los dirija a su vez a este ejército y lo auxilie, si no es absolutamente imposible, con alguna división que nos sirva de refresco y traiga las municiones necesarias, a fin de oponerse a la sorpresa que puede intentar en esta marcha el ejército chileno, de refuerzo, venido nuevamente a Tarapacá, según los últimos informes.

La gloria de la última jornada es tanto mayor, cuanto que sólo algunas columnas de infantería han derrotado completamente una división escogida de las tres armas, tomando a viva fuerza 4 cañones Krupp y 4 obuses de bronce, hecho volver caras a la caballería y vencido, a pesar de sus atrincheramientos en las casas vecinas convertidas en fortificaciones, a una infantería superior, arrebatándole su armamento y municiones para emplearlos contra ellos mismos. Es incalculable el número de muertos del enemigo; y entre nosotros, honrosa aunque triste la relación de bajas, porque figura entre los muertos y heridos considerable número de jefes y oficiales, como el coronel don Manuel Suárez, primer jefe del regimiento Dos de Mayo; el teniente coronel don Juan B. Zubiaga, que lo era accidentalmente del Zepita, que se cuentan entre los primeros; el coronel don José Miguel de los Ríos, comandante general de la quinta división; el coronel don Juan González, primer jefe del regimiento Guías núm. 3, que están gravemente heridos y otros muchos que constan en el parte oficial del combate que va por este mismo correo.

Dios guarde a V.S.
BELISARIO SUÁREZ.

Al benemérito señor contralmirante don Lizardo Montero.


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Saludos
Jonatan Saona

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