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28 de mayo de 2011

Tambor boliviano

Tambor boliviano
Tambor Mayor del Batallón "Sucre" 2º de Línea del Ejercito Boliviano, fotografía tomada en Tacna por el estudio Rodrigo en 1879.

Parte Oficial de Pedro J. Aramayo sobre la batalla del Alto de la Alianza

El Oficial Mayor del Ministerio de Guerra, encargado del Estado Mayor General del Ejército boliviano en retirada. 

La Paz, Junio 12 de 1880. 
Señor: 

La circunstancia muy lamentable pero gloriosa de haber muerto el benemérito señor general, don Juan José Pérez, Jefe de Estado Mayor General del ejército Perú boliviano, sellando con su sangre el pacto de las naciones aliadas, me impone el deber de dirigirme a V. S. para darle cuenta del hecho de armas del 26 de Mayo último, y de las operaciones militares que precedieron. 

Obligado V. S. a ponerse a la cabeza del ejército unido, no solo por las inspiraciones de su conciencia patriótica, sino también por satisfacer los deseos del Excmo. Jefe Supremo de la República peruana, doctor don Nicolás de Piérola, arribó V. S. a la ciudad de Tacna el 19 de Abril del presente año, en altas horas de la noche, después de un viaje precipitado, porque comprendía V. S. que el ejército aliado, debía prepararse ya a presentar una gran batalla al ejército chileno, que resueltamente se dirigía de los puertos del Norte, a ocupar el valle de Tacna y el puerto fortificado de Arica, que eran los objetivos de sus constantes aspiraciones. 

Los jefes que comandaban los ejércitos peruano y boliviano, contralmirante don Lizardo Montero y coronel don Eleodoro Camacho, si bien se encontraban acordes en la mira de defender a todo trance los puntos indicados, diferían sin embargo, en la elección del terreno en que se debía atajar la marcha del ocupador. Una madura deliberación, apoyada en la opinión de los principales jefes del ejército y en la situación marítima y terrestre de nuestras fuerzas, decidió a V. S. a elegir posiciones cerca de la ciudad de Tacna, con el fin de atender inmediatamente al puerto fortificado de Arica, y de proteger las poblaciones inmediatas, al mismo tiempo que el de presentar el frente al enemigo. 

El 2 de Mayo, se puso el ejército en rigurosa campaña, la que ha soportado con laudable y patriótica conducta hasta el memorable día 26, careciendo de los elementos más indispensables, para soportar el clima, la aridez del suelo que pisaba, y lo estrechado que se veía el país por el bloqueo general. 

Hecho el estudio de las localidades convenientes, eligió V. S. una posición ofensiva ‑ defensiva, a cinco millas de la ciudad de Tacna en dirección al valle de Sama, a la que para memoria eterna de la confraternidad Perú boliviana, se denominó por una orden general, “Campamento del Alto de la Alianza”. 

El ejército no perdió un solo momento, en la vida del vivac, sin hacer los ejercicios tácticos aplicables al terreno, y practicando las reglas de la más perfecta castrametación, que V. S. las dirigió tan acertadamente. Lleno de ardiente entusiasmo, todo el ejército unido, en menor número que el del enemigo, estaba inspirado de una segunda esperanza de gloria, vislumbrando el triunfo, sin embargo de la diferencia de fuerzas, que creía nivelar con el valor. 

El ejército contrario no bajaba de 20.000 hombres, según los avisos que se recibían: su artillería era poderosa, compuesta de 60 piezas más o menos, del mejor sistema, y su caballería ascendía a mucho más de 1.000 jinetes perfectamente montados y equipados con armamento de superior calidad. El nuestro apenas contaba en sus filas menos de 9.000 soldados, con diminuta artillería, compuesta de 21 piezas de calibre menor y solo 2 de a 12 y ninguna caballería apropiada para el combate. 

El Estado Mayor General del ejército ya dio cuenta a V. S. del reconocimiento militar que el enemigo practicó sobre nuestro campamento el día 22, en cuya acción cupo mucha gloria al batallón Viedma y Coraceros de Bolivia. En la mañana del 25, el bravo escuadrón peruano Húsares de Junín, arrebató, al frente de la numerosa caballería enemiga un cargamento de barriles de agua conducidos en 60 mulas. 

No omitiré en este lugar, en honor a su desprendimiento y moderación, hacer referencia de que, en el mismo día 25, V. S. se creyó en el deber de dimitir el mando supremo del ejército, porque a su juicio los poderes que los pueblos de Bolivia le confiaran para ejercer la presidencia de la República, habían caducado con la reunión de la Convención Nacional. En efecto, V. S. hizo saber al ejército, por la orden general del día, que como militar quedaba sometido a las órdenes del señor contralmirante Montero, y en su caso a las del coronel Camacho; pero ambos jefes decidieron a V. S. a continuar con el carácter de General en Jefe del ejército unido, mientras fueran conocidos los mandatos de la Representación Nacional de Bolivia. 

En la noche acordó V. S. el plan de contrarrestar al número y a la superioridad de armas del enemigo, con un movimiento de sorpresa al rayar del día siguiente, que diese por resultado, comprometer la batalla antes de que todas las numerosas masas contrarias pudiesen tomar parte en la acción, y procurar así el triunfo por medio de la estrategia, único recurso que podía conducirnos a él. 

Tal pensamiento fue acogido con entusiasmo por los comandantes en jefe de los ejércitos, y por el del Estado Mayor General. A las 12, de la misma noche, se emprendió la marcha con admirable precisión y silencio, pero después de dos horas de viaje, manifestaron nuestros guías que se había perdido el rumbo y que no se hallaban capaces de orientarse a causa de la densa niebla: entonces fue necesaria la contramarcha que ordenó V. S. al campamento. 

En medio de la oscuridad de la noche y por las sinuosidades del terreno, los cuerpos que componían la vanguardia pernoctaron en aquel paraje volviendo a sus puestos al amanecer del día 26, a las órdenes de los jefes principales, coroneles: don Belisario Suárez, don César Canevaro, don Severino Zapata y don Ramón González, soportando los fuegos del enemigo. 

Reconcentradas todas nuestras fuerzas en el campamento y frente ya al enemigo que avanzaba, dirigió V. S. la palabra a cada cuerpo con elocuencia militar y analogía a sus antecedentes y situación, consiguiendo enardecer el entusiasmo bélico que les había animado al tomar las armas para la defensa de la causa más santa, después de la guerra de la emancipación. 

El orden de batalla quedó establecido de la manera siguiente: en primera línea, comenzando de derecha a izquierda, la batería boliviana de 6 cañones Krupp, el regimiento Murillo; los batallones peruanos Lima, Cuzco, Rímac y Provisional de Lima; 2 ametralladoras y 1 cañón rayado de Bolivia; los batallones bolivianos Loa, Grau, Chorolque y Padilla; 2 ametralladoras y 1 cañón rayado de Bolivia; los batallones peruanos Pisagua Arica Misti y Zepita; 9 piezas de artillería peruana entre rayados y ametralladoras. 

Como reserva a nuestra izquierda, los batallones bolivianos Viedma, Tarija y 2º Sucre, con dos piezas avanzadas de artillería peruana, de grueso calibre; los batallones peruanos Huáscar y Victoria; los escuadrones bolivianos Coraceros, Vanguardia de Cochabamba, Libres del Sur y Escolta. En el centro, los batallones peruanos Ayacucho, Arequipa, el Canevaro y columna de Sama. A el ala derecha, los batallones bolivianos 1º Alianza, 4º Aroma, Columna de Zapadores, Nacionales y Gendarmería de Tacna; los escuadrones peruanos Húsares de Junín, Guías y el del coronel Albarracín. El ala derecha estaba a órdenes de S. S. el contralmirante don Lizardo Montero y el ala izquierda a las del señor coronel, don Eleodoro Camacho, quedando el centro bajo la comandancia general del coronel, don Miguel Castro Pinto y a la inmediata dirección de V. S. 

A las 9:45 A. M. del día 26, el enemigo formaba su línea diagonal sobre nuestra izquierda, rompiendo sus fuegos de artillería y amenazándolas con dos grupos de caballería, por lo que, sin duda, el señor coronel Camacho se apresuró a hacer pasar a la línea de batalla a los batallones de reserva 2º Sucre, Viedma y Tarija. 

Nuestra artillería de la izquierda contestaba incesantemente a los disparos del enemigo, y solo a las 11:30 A. M. comenzó el fuego de rifles en la misma ala. Media hora después el combate era general en toda la línea y V. S. ordenó que las reservas del centro acudiesen a proteger la izquierda; pero no siendo bastantes ni esas fuerzas para contrarrestar a las líneas enemigas que se multiplicaban en el ataque, tomó V. S. la determinación de conducir personalmente las reservas de la derecha con más, 2 cañones Krupp a la izquierda, donde el enemigo dirigió su principal ataque. 

Continuaba recio y sangriento el combate a más de la 1 P. M., y ya el ala derecha no contaba con más reserva que las pequeñas columnas de Zapadores, Gendarmería y Nacionales de Tacna, que también entraron en la línea de batalla, para proteger los cañones Krupp. De manera que, a pesar de que todo el ejército aliado combatía con encarnizamiento y denuedo en una sola línea, ella no era bastante para cubrir el frente de la batalla. 

Creció el ímpetu del ataque y nuestras fuerzas alcanzaron a tomar algunas piezas de artillería enemiga y soldados momentáneamente prisioneros. En el instante mismo en que esto sucedía, se vio con sorpresa dar media vuelta al cuerpo más crecido de los que guarnecían el ala izquierda, arrastrando en su desborde una parte considerable de los cuerpos vecinos, y abriendo, por consiguiente, un inmenso claro en la línea del combate. Entonces V. S. tomó el estandarte que llevaba uno de los que fugaban, y exhortó a los dispersos a que lo siguiesen para volver a ocupar sus puestos, ora con amenazas, ora invocando el patriotismo, y asegurándoles que el enemigo estaba ya en derrota. 

Este esfuerzo solo consiguió reunir de 20 a 25 hombres; y como el gran número proseguía en precipitada fuga, entregó V. S. el estandarte a su edecán el coronel don Exequiel de la Peña, para seguir en el empeño de contener el desborde, ordenando al propio tiempo que su escolta hiciese otro tanto con los que más habían avanzado: todo fue inútil; no hubo poder que detuviera aquella gente, 

A las 2:15 P. M. todo nuestro ejército estaba encerrado por la izquierda en un semi círculo de fuego que obligó a nuestros destrozados cuerpos a combatir en retirada. 

A las 3:30 P. M. de aquel día, las bombas enemigas alcanzaban a la ya indefensa ciudad de Tacna, y V. S. se dirigía con los restos del ejército boliviano al punto de Palca, así como el señor coronel Velarde, Jefe de Estado Mayor General del ejército peruano y el señor Solar, prefecto de Tacna, se encaminaban al lugar llamado Calientes, donde según avisos, se encontraba el señor general Montero con un considerable número de dispersos peruanos. 

Al separarse V. S. de dichos señores, les expresó su anhelo de que el desastre que se acababa de sufrir no fuera parte a debilitar los vínculos de la alianza, a lo que correspondieron ellos con la manifestación de iguales sentimientos, sellados con la sangre derramada por ambos pueblos en el campo de batalla, ofreciendo que se complacerían en trasmitir al señor Piérola los nobles conceptos que acababa V. S. de expresarles. 

En el tambo de Tacora, hizo dictar V. S. la correspondiente orden general para la reorganización del resto glorioso del ejército boliviano. 

Es digno de notarse el esfuerzo varonil con que nuestros artilleros pudieron salvar del campo de batalla algunas piezas que, trasmontando los Andes en medio de las dificultades del terreno, las tiene el pueblo en la plaza de esta ciudad de la Paz. Los nombres de aquéllos serán consignados en el parte especial respectivo, que se ha pedido a los jefes de cuerpo. 

Por resultado de la jornada del 26 de Mayo, tenemos que deplorar hasta ahora, más de 2.500 entre muertos y heridos Perú ‑ bolivianos, en cuyo número se encuentran, el Jefe de Estado Mayor General del ejército aliado, el comandante en jefe del ejército boliviano, dos comandantes generales de las divisiones peruanas, 20 jefes principales, otros muchos jefes subalternos y un gran número de oficiales, lo que da la medida del comportamiento de los defensores le la causa Perú ‑ boliviana y de la magnitud del sacrificio realizado por su patriotismo. 

Creo de mi deber recomendar a la consideración de las naciones aliadas, la bizarría y serenidad de S. S. el contralmirante don Lizardo Montero, obrero infatigable de la confraternidad Perú ‑ boliviana, así como la de su distinguido y arrojado Jefe de Estado Mayor General, coronel don Manuel Velarde; el valeroso comportamiento del coronel Camacho, que ha correspondido con mucho a la confianza que en él depositó el ejército boliviano el 27 de Diciembre último; la memoria del veterano general, don Juan José Pérez, cuyo último aliento fue destinado a encomendar la continuación de la alianza Perú ‑ boliviana; y la del esforzado comandante de la 4ª división del Perú, coronel Barriga; siéndome imposible clasificar particularmente la conducta de los demás jefes, oficiales y cuerpos del ejército unido, porque, con pocas excepciones, merecen los prestigios del valor, del sacrificio y de la gloria que corresponde a los vencidos del 26 de Mayo. 

En cuanto a V. S., señor, el ejército todo y el pueblo de Tacna son testigos de la asiduidad y celo con que ha dirigido la campaña, así como el entusiasmo con que se ha distinguido en los momentos de conflicto, poniendo en relieve su carácter verdaderamente militar, para ejemplo de nuestros jóvenes guerreros. En consecuencia, nuestra patria, de una manera uniforme y espontánea, ha acordado un justo galardón al ilustre vencido, considerándolo muy digno de continuar rigiendo sus destinos, y de llevar adelante la guerra en que están comprometidas las naciones aliadas. 

Acompaño a este oficio el parte que se ha recibido de S. S. el señor contralmirante don Lizardo Montero, y el de la división general de ambulancias del ejército boliviano, reservándome formar el detall cuando se me dirijan los demás documentos referentes a estos sucesos. 

Aprovecho de esta oportunidad para reiterar a V. S. la expresión de los sentimientos de alta consideración y respeto con que me suscribo de V. S. atento seguro servidor. 

PEDRO JOSÉ ARAMAYO. 
Al señor Capitán General de Bolivia don Narciso Campero, General en Jefe del ejército unido en el Sur del Perú. 


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Saludos
Jonatan Saona

6 comentarios:

  1. Los Bolivianos destacan la figura del niño tambor de Los Colorados Juancito Pinto, algunos refieren que no existe datos concretos que prueben su existencia ¿Habrá alguna información al respecto para compartir?

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  2. Se llama LA GUERRA DEL GUANO Y DEL SALITRE Y NO la Guerra del Pacífico, ya q' este segundo nombre ENMASCARA, ESCONDE, VELA, LAS REALES, AVIESAS Y MALIGNAS AMBICIONES del PAÍS PIRATA: chile. Como se aprecia en este y todos los partes de Guerra, los INVASORES CHILENOS VINIERON EN MANADAS Y CON ARMAMENTO SUPERIOR, MODERNO Y BIEN EQUIPADOS. En cambio los patriotas estaban desprovistos de cosas elementales Y trataban de SUPLIR CON VALENTÍA Y HEROÍSMO LAS CARENCIAS.

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    1. Jajajaja... lee la historia primero, los bolivianos son los que no cumplieron un acuerdo... y luego pelearon 2 países en contra de Chile... los cuales huyeron como cobardes; la ambición nació de Bolivia, al subir impuestos y pasarse por cierta parte los acuerdos. Por eso en pleno siglo 21 seguimos siendo países bananeros, porque no sabemos entender ni reconocer la historia objetivamente. Saludos!

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    2. Esa es una falacia chilena, bien saben que mandaron a construir buques, adquirieron equipo militar que la Reina Victoria les entrego debido a su orgullo herido de mujer reina al ser ultrajado su diplomático por el Dictador Mariano Melgarejo quien le hizo acabar un cántaro de chocolate, al negarse este a consumir una tutuma de chicha.

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  3. SE LLAMA LA GUERRA DE LOS 10 CENTIMOS ,PORQUE BOLIVIA NO RESPETO LOS TRATADOS COMERCIALES .Y AUMENTO LOS IMPUESTO DE 10 CENTIMOS LOS QUINTALES DE GUANO QUE EN ESE TIEMPO ERA DEMASIADO ,AL NO ACEPTAR CHILE ,BOLIVIA EXPROPIO TODAS LAS FABRICAS DE CHILE EN ANTOFAGASTA, Y SEGRETAMENTE SE CREO UNA CONFEDERACION PERU BOLIVIANA ,AL ENTERARSE CHILE DE ESTA TRAICION LES DECLARO LA GUERRA .

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  4. Yo le llamo la guerra del Orgullo herido de la reina Victoria, quien le aprovisiono de armamento a Chile debido al ultraje de su diplomático por parte del dictador Mariano Melgarejo.

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