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1 de septiembre de 2009

Diego Dublé Almeida

Diego Dublé
Les dejo el siguiente texto escrito por el chileno Daniel Riquelme:

LA DERROTA DE CALAMA

La división del coronel Sotomayor acababa de internarse en el desierto en demanda de las fuerzas bolivianas que se habían atrincherado en aquel paraje.

Pero la columna expedicionaria no iba a medio camino y ya la impaciencia quería tener noticias de sus resultados, alimentándose de invenciones.

Los rumores eran, almuerzo, merienda y cena. Y como la Comandancia de Armas pasaba en un continuo desmentir antojos, la gente contrariada, comenzó a desconfiar de ella.

¿Cómo era posible que nada supiera? ¿Habría ocurrido alguna desgracia?

En un buen día estalló la noticia de que el esperado combate se peleaba en esos instantes en el lugarejo de Calama. Desgraciadamente, nadie tenia pormenores.

Se acudió a la Comandancia, pero esta oficina juró o perjuró una vez más que nada sabía.
Esto era ridículo. jAlgo ocultaba! y si ocultaba. .. ¡era claro! Sólo se ocultan las malas noticias.

Los vecinos se agrupaban en la plaza y en las calles, formando agitados remolinos.
Quien sabía que Sotomayor quedaba prisionero: quien que mal herido, y éste rebatía a aquél, y el otro al de más allá; pero eso si, todos estaban firmes de que el Gobierno ocultaba.

En esto se oyó por el lado de la plaza un ruidoso alboroto. Una inmensa poblada escoltaba casi en hombros a un soldado del Cazadores.

Y contabase que acababa de llegar de Calama, escapando milagrosamente de la matanza, aunque herido y maltrecho por la persecución y la fuga.
La catástrofe quedaba confirmada, y esta nueva resonó en la ciudad.

Uno de los vecinos acababa de descubrir cerca del muelle, a ese soldado del glorioso Regimiento.

Encandilado el vecino con el tema de la derrota; parecióle que aquél venía precisamente de Calama.. ¿y qué otra cosa?

El sabía que en Antofagasta no habían quedado Cazadores. Además, éste estaba herido y andaba triste y acortado. iPobre! Tal vez imaginaba sería tratado como mensajero de tamaña desgracia: pero: ¿qué culpa tenía él, un infeliz soldado?

Todo esto y acaso la matanza entera vió como en una lámina el espíritu del vecino en el tiempo que tardó entre descubrir al soldado y llegar a la carrera a donde estaba.
-¡Miren en qué estado viene!-gritaba el buen señor. ¡Y cómo ha sido, amigo? ¿Cuántos muertos?

Y antes de que el roto volviera de este asalto de preguntas, ya el vecino había puesto en sus manos un puñado de pesetas -única cosa que el espantado cazador, pareció entender: pues sin mirarles la cara las sepultó en el bolsillo.
Y las voces atrajeron gente que en torno se fué agrupando.

En el trayecto procesional del muelle a la plaza y atando cabos, el roto habla podido coger, al fin; el hilo de aquel laberinto que tanto lo aturdiera al principio.

Sabía ya de qué pie rengaba aquella gente y entre corrido y risueño por la benevolencia de que era objeto, pero sobre todo bellaco, miraba en silencio a la multitud, eficazmente protegido hasta ahí por las preguntas que atropellaban a las respuestas.
-¿Cómo fué?-interrogaba uno.
-¡Qué cuente!
-¡Eso es, que cuente!-añadía otro.
-iPero, déjenlo que hable!

Articulaba el roto a tropezones; al aclarar comenzaron los tiros por uno y otro lado; las balas hervían en la arena y los nuestros sin cesar un punto, cayendo como moscas.

Ojos menos preocupados habrían visto tan claro, que el guerrero trovador por algo escupía, tragaba y hacía mil nudos a la hebra de su relato: pero todo esto, si alguien lo advirtió, debió atribuirlo a la marejada de preguntas que le aturdía y a los recientes padecimientos del soldado.

Entonces se oía:
,-¡Qué descanse!
-iDéjenlo!
-iVean que no puede más!
-¡Y está herido!
y al creciente compás de estas lamentaciones, los bolsillos de la muchedumbre se vaciaban en manos del afortunado Moisés de las arenas del desierto y de las escopetas bolivianas.

A todo esto, como debe presumirse la noticia del Cazador derrotado había ido y vuelto a la Comandancia de Armas.

Peleábase en ella reñidísima batalla entre los oficiales y los grupos de paisanos que se sucedían de unos a otros.
-¡Digo a Ud., señor, que no ha llegado parte alguno! - gritaban aquéllos.
-¡Porque se oculta al pueblo la verdad¡ -vociferaban éstos.
-Pero ahí está el Cazador, que ha llegado y visto!... articulaban otros.

Se envió, a la plaza a uno de los oficiales con orden de conducir, muerto o vivo, al Cazador del cuento.

Con algún trabajo pudo éste abrirse paso al través de la muchedumbre.
-¿Tú vienes de Calama?-preguntó al soldado.
-¿Cómo nó, pues!
-¿Y cuándo y cómo fué el combate?
-Cómo lo tengo dicho: principió el tiroteo y los niños..
-¿Y dices que los muertos son...
-Sus doscientos mas que menos.
-Pero, ¿Cómo doscientos?...


*************
continuará...

Saludos
Jonatan Saona

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