El Ejército del Centro estaba de paso, en marcha hacia Huamachuco, en la Hacienda PARIONA, del valle de Seccha, de la provincia de Pomabamba, gozando de un pequeño descanso y de la generosa acogida de su propietario, Manuel Guzmán y familia.
Como era de costumbre, el general estaba vigilante del vivac, y a altas horas de la noche se le vio salir a los patios preocupado por las deserciones masivas de los últimos días, que era necesario prevenir.
La noche era oscura y glacial, como es la sierra en este mes de julio. En medio de un profundo silencio, el general Cáceres recorrió los patios y recovecos de la hacienda, donde se habían posesionado los guerrilleros y montoneros para pasar la noche, después de muchas y difíciles jornadas, peripecias y sufrimientos.
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Después de duras marchas, no fue sino en ese lugar donde pudieron comer, tomar bebidas calientes y descansar.
De pronto sintió en una esquina de la casona sollozos y gemidos de alguien que lloraba en forma impresionante.
Preguntó -¿QUIÉN VIVE?, y nadie le respondió.
Entonces encendió un fósforo y pudo ver a un hombre echado de bruces y con la cabeza pegada al suelo. Lloraba, preso de terribles convulsiones.
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El general se acercó un poco más y vióle erguirse.
Era el capitán Monroy, quien apuntando con su pistola le gritó -¡NI UN PASO MÁS MI GENERAL. ALÉJESE O DISPARO¡ Dos veces repitió la intimidación. Una vez que se extinguió el fósforo, Cáceres encendió otro y avanzó calmadamente, hacia el hombre que lo amenazaba, mirándole a los ojos.
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Cuando lo tuvo a su alcance, puso una mano sobre el brazo de Monroy, hablándole en forma suave y persuasiva.
-HABLE, HIJO MÍO…EL JEFE ES EL PADRE DE LAS TROPAS. CADA UNO DE USTEDES ES UN HIJO MÍO.
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Guardó silencio Monroy y se extinguió la luz del fósforo.
En esos momentos escuchó en medio de la oscuridad, la voz suave y murmullante, que lo invitaba a confidencia. Automáticamente guardó su pistola, y sin poder sostenerse, ahogándose en sollozos, comenzó a hablar.
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Había recibido una carta de su esposa, quien decíale lo siguiente:
“Nuestra pequeña Corí se nos muere. Está quemándose en vida, como una hoguera con la tifoidea, delira llamándote todo el tiempo. A mí que soy su madre y la velo durante las 24 horas del día, sin acostarme un instante, me rechaza, gritado tú no…PAPÁ, PAPÁ…MI PAPACITO…que me dé su mano para dormirme.
Sólo cuando él me dé la mano podré dormir…Ven Arístides. Ven inmediatamente. Yo te perdono, para mí solo eres el padre de mi hijita idolatrada, que sin ti se muere. Si ella te necesita y te ama, yo te amo también…”
Y así continuaba en una carta el clamor de la esposa inconsolable, y Monroy, que tenía como gran peso en su conciencia, haber dado muerte precisamente a su hermano político, lloraba ante las desgarradoras palabras que le había escrito la madre adolorida.En medio de la profunda tiniebla, Monroy sintió un brazo poderoso, que lo rodeaba por los hombros en un PATERNAL ABRAZO y, sorprendido, escuchó de repente un sollozo que no era el suyo.
El general Cáceres, el padre de cada uno de sus soldados le estrechaba entre sus brazos, y lloraba también como un niño.
YO TENGO TAMBIÉN, dijo el General, mis hijos, vagando sin más amparos que la débil mujer que tienen por madre, siguiéndome por aquellos caminos llenos de toda clase de peligros, abismos y fieras, del frío y de las enfermedades, y de las que nadie está libre.
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Hace noches que yo también lloro a oscuras, para no ser visto en estos tristes momentos de debilidad humana, que jamás he sufrido en medio de los peligros del combate.Después los hombres callaron en medio de un silencio que parecía interminable.
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Cuando fijaban su atención y su memoria al infinito, vieron despuntar la aurora.
El General se puso de pie entonces, y sin decir nada comenzó a alejarse lentamente. Pero sobreparándose de súbito preguntó.
-¿Pediría usted, capitán, licencia para volar la cabeza de la criatura?
-¡JAMÁS¡ fue la respuesta. Usted, mi General, los Jefes y los más humildes soldados LO DEJAN TODO POR LA PATRIA, incluso sus seres más queridos.
-Ya sabía yo lo que usted contestaría, dijo Cáceres. El día vino y comenzaron los aprestos para seguir la marcha hacia Huamachuco.
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En medio de la movilización de la tropa se escuchaban las voces de mando del general Cáceres, por un lado, y por otro la del capitán Monroy.
Eran voces resueltas, duras, incapaces de un signo de debilidad, que ningún soldado se atrevía a discutir.
El sol se abría fulgurante frente a las montañas de Pomabamba. Pronto comenzó el desfile, y atrás, en dicha hacienda, quedaron las inesperadas confidencias del general Cáceres y un oficial, en una noche que jamás olvidaron.
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Saludos
Jonatan
Increíble anécdota, conmovedor de sólo imaginarla. Recién comento acá pero déjame decirte que me he leído casi todo el blog (ya estoy por acabarlo y siento la misma desazón como cuando voy a terminar un buen libro) Felicitaciones, muy buen blog.
ResponderBorrarfelipe montes estoy viendo y como buen militar del ejercito , mis ojos estan lleno de lagrimas, pero que gran honor y que caracter de hombre fueron esos heroes, dejenmen llorar con uds. aun que tarde pero no importa. mi capitan dejeme llorar con ud. a su lado desdes este puerto del callao saludos a todos sus decendiente.
ResponderBorrarEncontre tu blog por casualidad y no puedo despegarme de ella, muy buena informacion que no se encuentra asi no mas,viva el Peru!!!
ResponderBorrarGran ejemplo de heroísmo de nuestro general Caceres, la patria antes que todo.
ResponderBorrar..y esos héroes marcharon rumbo a Huamachuco...los más heroicos hombres breñeros caerían allí luchando contra el mismo destino y la traición de Lizardo Montero quien les negara armas, bayonetas....temían que el ejército del Centro triunfara y Cáceres tomara el poder...
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