2 de septiembre de 2020

Juan J. Pérez

Juan José Pérez
Juan José Pérez

En medio del torrente revolucionario que viene agitando a Bolivia desde hace mas de medio siglo, difícil es que hayan podido resistir a esa corriente de muerte y esterminio algunas preciadas flores de valor e inteligencia, que han formado y forman el orgullo de nuestro suelo.

Muchas de ellas han sido arrastradas por la tormenta de las pasiones y envueltas entre la hojarasca de las vulgaridades, que llegan, siempre a sobrenadar en las tempestades políticas, como las inmundicias en la creciente de los ríos.

Especialmente en nuestra clase militar, o sea militarismo, como se la ha llamado gráficamente, raros son los méritos que han podido salvar del naufragio de vicios y errores, que sucediéndose por desgracia día a día en nuestra patria, la han llevado paulatinamente a su crucifixión en esta guerra.

Mas, para varios de esos militares valientes e ilustrados con que hemos contado y que como actores de nuestras luchas civiles cayeron en el fatal piélago de odios y ambiciones, las guerras extranjeras que ha tenido Bolivia han servido para rejenerarlos con el bautismo santo del fuego del cielo —del fuego de la patria.

Los nombres de Andrés Santa Cruz y José Ballivian habrían pasado a la posteridad como los demás de nuestros gobernantes, siempre escritos con caracteres de sangre y luto; mas las sombras de que pudieran estar rodeados aquéllos, se disipan a la luz de glorias nacionales.

Igual cosa tenemos que decir respecto al viejo soldado que hoi nos ocupa, como una de las figuras mas prominentes de la actual guerra.

El General Juan José Pérez, no escollaría hoi el puesto inmortal que le tiene señalado la historia de su patria, si no hubiese lavado su blanca cabeza en las benditas aguas del sacrificio.

La guerra contra Chile lo ha hecho héroe: nuestra historia política no lo habría hecho mas que víctima de las pasiones y odios de partido.—La segunda dá paso a la primera.

El tránsito de Pérez por la tierra, como militar afiliado a tal o cual bando político, está borrado, y solo queda la luminosa huella del guerrero ilustre, que se abre paso al templo de la gloria, cumpliendo su deber, cual otro Néstor de la Ilíada boliviana, en el campo de la Alianza.

***

El General Juan José Pérez ocupa el puesto de soldado casi en los albores de nuestra independencia.

En 1825 tenia de diez a doce años, cuando pronunció una loa al Libertador Bolívar, quien en premio de su precoz intelijencia le dió el grado de Cadete en el Batallón 1.° Granaderos de Colombia.

El padre de Pérez, esencialmente asético, quería dedicarlo a la carrera eclesiástica, por lo que se interesó para que la gracia del grado se subrogase con una beca gratuita en el Colejio Independencia, fundado aquel año.

En él estuvo Pérez poco tiempo, pasando después al Seminario, de donde fugó cierto día para ir a ocupar su puesto en las milicias bolivianas, a cuyo atractivo no había podido resistir.

Desde entónces principia su carrera militar, y con ella una serie de hechos y episodios a cual mas notables, pruebas relevantes de su valor y talento.

La clase de los presentes estudios no nos permite seguir paso a paso la vida de Pérez, que ha de ofrecer fecundo material a los que se ocupen de historiarla.

Aquí apuntamos algunos de sus rasgos mas notables, como testimonio del carácter y temple de alma de que estaba dotado.

Don Juan José Pérez seguía de cadete al advenimiento del General Santa Cruz a la presidencia de Bolivia. —Un día que estaba de centinela en la puerta de Palacio, vé venir a la esposa del Presidente: en el momento se cuadra y le hace los honores, con las palabras de:
—Los de guardia! la Presidenta de República!

Este acto de galantería le valió el ascenso a Subteniente, merced a la intercesión de la esposa de Santa Cruz.

Siguió militando en las filas de éste y concurrió a las campañas sucesivas de la confederación, llegando en 1839 al grado de Sargento mayor, por su buen comportamiento.

En la escaramuza de Huáraz, que tuvo lugar en vísperas de la batalla de Yungai, fué herido y prisionero de los chilenos......

Mas tarde, en 1841, una vez repatriado, era 2.° Jefe del Batallón 5.°, el mejor cuerpo y el mas querido del ejército de entonces.

Dicho cuerpo fué destrozado en Mecapaca el 21 de octubre de aquel año, por un destacamento del ejército peruano invasor.

Furioso el General Ballivian por la pérdida del lujo de su ejército, trató mal a los jefes del 5.°, dando orden a Pérez, de que no se le presentara sin traerle al ménos un botón del enemigo, para hacerle constar que lo había visto.

El teniente coronel Pérez se retiró a Tiaguanaco, donde no tardó en llegar un escuadrón del ejército de Gamarra, al mando del renombrado jefe peruano Lersundi.

Una vez que el escuadrón tomó alojamiento en el pueblo, se desparramó la tropa como sucede de regular por todas las inmediaciones, en busca de provisiones y forraje.

Pérez que quería cumplir fielmente la órden de Ballivian, aprovechó de esta circunstancia, para encaminarse pistola en mano al encuentro de Lersundi. —Intimarle rendición, hacerlo cabalgar y llevarlo prisionero, todo fué obra de un momento; presentando a Ballivian un jefe en vez del botón que le había pedido.

Este acto de increíble audácia contribuyó a acrecentar la fama de valiente que ya tenía conquistada.

La figura de Pérez ha sido por demás interesante.

Apuesto militar en su juventud, se hizo célebre por sus conquistas amorosas en todas partes y mui especialmente en la ciudad de los Reyes.

Su fisonomía inteligente y perspicaz, revelaba las situaciones en las que se encontraba; en el salón, amable, jovial y decidor; en el cuartel, grave, enérgico y puntual en el cumplimiento del deber.

Sus ojos pequeños, vivos y penetrantes, parecían burlarse con astucia de aquel a quien siempre imponían.

Mas alto que bajo, delgado de cuerpo; la bizarría de éste no se doblegaba al peso de los años. —Siempre elegante, como en su juventud, sujetaba bajo la ajustada casaca y con la virilidad de su alma, al débil cuerpo que quería desfallecer.

En un día de parada, poco se diferenciaba de un joven militar. —Había perdido su robusta voz de mando y el invierno de la vida había cambiado el color de sus cabellos y de su escaso bigote.—Hé ahí la diferencia.

En cuanto a su ilustración y prendas intelectuales, todo lo que ha salido de su bien cortada pluma, habla mejor que nosotros.

Carácter esencialmente belicoso, rara vez estuvo bien con los gobiernos de Bolivia, aun con aquellos a quienes sirvió.—Siempre la oposición lo vio en sus filas, como conspirador y revolucionario; razón por la que fué condenado por dos veces a la pena capital y razón por la que tardó en ascender al grado de General, en este país tan próspero para la carrera militar.

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A la declaratoria de guerra con Chile, estaba en el campo, en calidad de semi-confinado, por resentimientos y sospechas políticas con el General Daza.

No pudo oir impasible el toque del tambor de guerra, que llamaba a los hijos de la patria para volar a su defensa, y desde su retiro de La Granja ofreció sus servicios con fecha 3 de marzo, espresando que “sería punible falta en un veterano que ha consagrado toda su vida al servicio de la Nación y ha tenido la honra de sellar con su sangre la independencia de su patria, si en estos supremos momentos en que todos deben concurrir a salvar la honra nacional, no me dirijiese al Capitán General y Presidente de la República, para que se sirva señalarme el puesto que crea conveniente en el ejército: seguro de que cualquiera que él sea, cumpliré mi deber de soldado patriota.”

Sus servicios fueron aceptados, y por orden general de 14 de abril de 1879 se le nombró Cuartel Maestre del Ejército espedicionario: puesto, en el que hizo supremos esfuerzos para aminorar los inconvenientes y sufrimientos que esperimentaron los defensores de la patria, en la travesía a Tacna.

A la llegada a esta ciudad, fué nombrado Comandante General de la Legión Boliviana.

Su amor y decisión por la distinguida juventud que la componía, le captaron la estimación de ésta, en tal grado, que pronto los generales Daza y Jofré llegaron a tener celos con el comandante de la Legión.

Pérez inició la idea de la fundación del hospital boliviano, para que en él encontraran un seguro asilo los jóvenes enfermos, y no se cansaba de hacer todo lo posible por mejorar la condición de los que habían abandonado sus comodidades por volar en defensa de la patria.

Especialmente los murillos, eran sus hijos predilectos, como los llamaba y todo su afán era conducirlos por el buen camino, haciendo para ellos de jefe, de maestro y de protector.

Daza y Jofré creían ver un peligro en Pérez, y especialmente el segundo, hacía todo lo posible para malquistarlo con el Capitán General, con la idea de que Pérez, como militar inteligente, podría subrogarlo en el Estado Mayor General, que tan mal lo desempeñaba.

Al fin encontraron motivo para separarlo del comando de la Legión.

El General Daza obsequió a 200 soles a los tres cuerpos que la formaban, para el festejo del 6 de agosto. —El Murillo gastó solo 80 de su cuota, aplicando el resto a indicación del General Pérez, a la adquisición de banderolas, previo compromiso del General Daza de que se abonaría el saldo que resultase.

Hechas las banderolas, Daza y Jofré se negaron a ordenar el pago del excedente, obligando al General Pérez a abonarlo de su peculio, por lo que éste dicen que se espresó, criticando a Daza del derroche de fondos nacionales, en detrimento de las justas exijencias del ejército.

Lo llegó a saber Daza, e inmediatamente acusó a Pérez de que conspiraba con los cuerpos de la Legión—y municionó a los de línea, asegurándoles que se trataba de asesinarlo.

Por el Estado Mayor General se dictó en 12 de setiembre una órden general, por la que se declaraba al General Pérez, como a “consuetudinario conspirador de Bolivia, que con su hálito impuro había contaminado los cuarteles de la Legión,” borrándole en consecuencia, con ignominia del escalafón militar

Protestaron los jefes de los cuerpos de la Legión y Jofré tuvo que darles satisfacción por otra orden general, asegurando que eran error de redacción, los conceptos injuriosos de la anterior.

Pérez, que en el primer momento había recibido orden de marchar a Caupolicán, a organizar fuerzas de reserva, que después había sido llamado a comparecer ante Daza, negándose a todo con la mayor energía, tuvo que salir de Tacna fugado la noche del 11 de setiembre.

Se marchó a Lima.

Allí defendió con su pluma la imputación de traición que se hacía a los bolivianos, por el regreso de Camarones.
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A la noticia del 27 de diciembre, volvió a Tacna, donde se le reconoció de Jefe de Estado Mayor General de nuestro Ejército, por orden de 25 de enero de 1880.

Volvió mas rendido y avejentado. Parecía que las desgracias de la patria le hubieran hecho mas mella que los años trascurridos.

Esto no obstaba para que su asiduidad y constancia en el desempeño del Estado Mayor, fueran admirables. —Secundó hábilmente los trabajos de su compañero de gloria, del ilustre Camacho, para hacer un ejército de lo que no era mas que una montonera.

Contribuyó eficazmente a la organización de nuestras ambulancias, al equipo de nuestros soldados, en fin a todo lo que se hacía en bien de Bolivia y de sus hijos, en territorio extranjero.

Su nombre tan querido en el Perú, fué una garantía para éste, contra los infundados celos de deslealtad a la Alianza del Ejército boliviano, porque ese viejo soldado era la representación viva de la unión de ambos países.

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Elevado en 24 de abril al rango de Jefe de Estado Mayor del Ejército Unido, su entusiasmo y laboriosidad por el triunfo de nuestra causa se acrecentaban día por día.

No descansaba un instante y cuando parecía doblegado ante el trabajo y la fatiga, se reanimaba nuevamente al calor del santo fuego del patriotismo.

En la batalla del 26 de mayo, se le vio recorrer la línea con la mayor serenidad y energía, dando con palabras llenas de aliento, mayor brío y valor al coraje de nuestros soldados, hasta el momento en que fué herido mortalmente.

Con la frente lívida y la cara cubierta de sangre se retiraba del campo del combate, despreciando a los dolores del cuerpo y acariciando solo la realización del ideal de su alma—de morir por la patria, con esta frase:
—Viva la Alianza!

Esto, es algo mas que heroico, es sublime.

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Recordamos las palabras que el General Pérez, pronunció en una comida que tuvo lugar en Tacna.—dijo: la única aspiración que tengo y que alienta mi cansada edad, es la de que mis huesos blanqueen él campo de batalla y sirvan de cimientos a la felicidad de mi Patria.

Además, su Proclama de 27 de enero del 80, contiene lo siguiente:

“La espada que véis en mi mano desde el año de 1823, ha tomado nuevos filos en las faldas del Tacora, y no caerá de ella sino cuando haya reconquistado la integridad del territorio de la Patria, o deje mi último aliento en el campo del honor.”

Como se vé, la aspiración del General Pérez era morir por la Patria. —Ha cumplido su deber, su deseo y su palabra.

Ha muerto como un héroe, sellando con su sangre la historia de su nombre.
Como el veterano de la leyenda, ha trazado el camino por el que deben seguirle los jóvenes soldados.

Bendito sea su nombre y fecundo su ejemplo.


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Texto tomado de Ochoa, José Vicente "Semblanzas de la Guerra del Pacífico" La Paz, 1881.

Saludos
Jonatan Saona

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