14 de julio de 2020

Fusilamiento de Prado

Fusilamiento de Leoncio Prado
Fusilamiento de Prado

La versión del fusilamiento de Leoncio Prado, tal como lo conocemos ahora, proviene del libro chileno "La batalla de Huamachuco" publicado por Raimundo Valenzuela en 1885. Trascribimos la parte relacionada con el fusilamiento.

"El día 15 de julio, parte del ejército con sus heridos se dirijió a Cochabamba i la otra quedo en Huamachuco.

Los que quedaron tuvieron ocasión de presenciar el fusilamiento de otro valiente caudillo del Perú, de Leoncio Prado.

Hé aquí cómo se hizo a éste prisionero:
El coronel Gorostiaga había dado órden de abonar un premio a los soldados, de cincuenta centavos por cada fusil i de dos pesos por cada cañón, que encontrasen en los campos próximos, perteneciente a los fujitivos.


En esta rebusca de hormiga se encontró a Leoncio Prado.

Entre otras comisiones que recorrían los cerros, andaba una de artillería compuesta de 20 soldados, que mandaba el teniente don Aníbal Fuenzalida.

Al llegar a una quebrada, sintió uno de los artilleros varios quejidos, e instintivamente hizo los puntos hácia el lugar de donde partían, creyendo que allí hubiera algún, grupo de dispersos.

Minutos después oyó una voz que le decía:
—¡Adelante! no tengas miedo, soi el coronel Prado i estoi solo i herido.

El artillero se acercó i vió recostado en tierra a un hombre jóven, color moreno, herido en una pierna i con el rostro mui demacrado. Estaba vestido con traje de particular.

Mientras el artillero examinaba a aquel jóven, él le dijo con voz entera:
—Acércate más, pon el canon de tu rifle en mi frente i dispara.

El soldado le contestó que él no podia hacer otra cosa que presentarlo a su jefe.

Llamó al oficial Fuenzalida i Prado suplicó también a éste que lo hiciera fusilar.

Fuenzalida le contestó lo mismo que el soldado.

Cuando se le preguntó por qué estaba vestido de paisano, contestó sonriendo:
—Los cándidos de mis compatriotas me han puesto este traje, al huir, con el propósito de volver después a buscarme i para que miéntras tanto no fuera reconocido.

El único ser que acompañaba a Prado con la fidelidad de un perro, era un chino, su asistente. No lo abandonó hasta sus últimos momentos.

El mismo día 14 fué Prado conducido al cuartel jeneral de Huamachuco; había recibido un balazo i tenia una pierna hecha astillas. Según confesión de él mismo, no fué tanto una bala lo que lo imposibilitó para continuar la fuga, sino una caída del caballo.

Inmediatamente se dió órden de fusilarlo i estuvo un día en capilla, que pasó en alegre conversación con los oficiales, como si se encontrara en su propio campamento.

El esperaba esta muerte i aun dijo que era mui justo su fusilamiento, porque había faltado dos veces a su palabra al caer prisionero i ser puesto en libertad por el gobierno de Chile.

Al llegar sus últimos instantes, exijió que se le fusilara en la plaza de Huamachuco con los honores de su grado, pero el señor Gorostiaga se negó con justicia a accederá su petición i lo trató como a montonero.

Pidió que le permitiera morir en su camilla para evitarse nuevos dolores al ser trasladado a otro punto, i en esto fué complacido.

Cuando se le preguntaba por qué habia faltado a su palabra de caballero, volviendo a tomar armas contra Chile i enrolándose en partidas de montoneros, contestaba que él hasta entónces no había dudado de que el Perú arrojara al invasor i volviera por su honra. Agregaba que aunque había dado su palabra de caballero, había creído un deber faltar a ella para defender a su país, i que si otra vez lo pusieran en libertad, volvería a tomar las armas contra Chile.

En mui poco aprecio tenia Prado su palabra de caballero, tratándose de cuestiones de guerra; pero no se puede negar que peleó como un valiente i murió como tal.

Hijo del mas cobarde de los mandatarios del Perú, del presidente que después de la derrota de Tacna huyó de Lima al estranjero con la disculpa de buscar elementos de guerra, dejando a su patria en el caos de la derrote i de la descomposición social i política, no imitó a su padre i en nada manifestó ser descendiente de ese árbol carcomido, ni de esa alma débil i apocada.

Sus últimos momentos fueron los de un fanático que moría por su fe patriótica; pidió una taza de café i al probarlo dijo:
—Esta bebida es deliciosa; hacia mucho tiempo que tomaba un café tan esquisito.

Después preguntó al señor don Gumersindo Fontecilla que mandaba los tiradores a qué hora seria despachado «para el otro mundo»
—En pocos minutos mas, se le contestó.

—Pues bien, dijo él, pido una gracia i es que se me permita mandar la fuerza.
—Concedido.

—¿Hai en el pueblo algún sacerdote?
— Señor, al ménos nosotros no hemos visto a ninguno.

—¿Tampoco tienen capellán las fuerzas chilenas?
—Tampoco.

—En fin! qué hacerle! He hecho lo que he podido por mi patria i moriré contento.

En seguida pidió que en lugar de dos tiradores, se colocarán 4 i que le apuntaran dos al corazón i dos a la cabeza, porque sufría mucho i quería morir en el acto.

También se accedió a este indicación.

De súbito, volviéndose al chino que lo acompañaba i señalándole al teniente Fuenzalida, esclamó:
—Desde ahora ese va a ser tu patrón; sírvele durante toda tu vida tan bien como me has servido a mí.
Al mismo oficial regaló un par de anteojos; se quedó un momento pensativo, i, haciendo uso de la gracia que se le concediera, de mandar hacer fuego, dijo:

—Al concluir de saborear esta taza de café, se me harán los puntos i al pasar la cuchara delante de mi rostro i dar con ella un golpe en el pocillo, se disparará sobre mí.
—Concedido, contestó el oficial.

Prado continuó tomando reposadamente su café. Ninguna idea triste anublaba su semblante: veía sin sorpresa ni sobresalto que el dulce líquido se agotaba i sabia que en el último sorbo estaba la amargura.

Las últimas gotas de aquel café tenían que ser para el desgraciado reo gotas de plomo.
Bebió tranquilo el último trago; tocó con enerjía la cuchara en el pocillo, i cuatro balas diestramente dirijidas lo hicieran dormir el sueño eterno.

Así murió Leoncio Prado, el abnegado patriota primero i el implacable montonero en seguida, que mas dió que hacer a Chile, i que había recibido su educación guerrera,  no en las muelles habitaciones de su padre, ni en medio de la aristocracia corrompida de palacio, sino entre los ilustres hijos de la pobre Cuba, peleando por la independencia de esa isla desgraciada."


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Texto: Raimundo Valenzuela "La Batalla de Huamachuco" Santiago, 1885.
Imagen: Portada de la revista Mundial, Lima, 9 de julio de 1920.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. En esta versión de "La batalla de Huamachuco" publicado por Raimundo Valenzuela en 1885, no se habla de dos ordenanzas ni de un peruano delator que recibió un reloj de regalo de nuestro heroico y valiente Leoncio Prado.

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