11 de agosto de 2019

José Ignacio Silva

José Ignacio Silva
Don José Ignacio Silva
Capitán del 2° de línea

III.
El capitán del rejimiento que ha merecido justamente entre nosotros desde el primer año de la guerra el titulo de inmortal, don José Ignacio Silva, era natural de Santiago, i al ser entregado (hace ya de esto tres años) por el anheloso amor de sus deudos al marmóreo claustro que sirve de punto de cita a todos los dolores inmortales, se ha ejecutado sólo una tierna devolución del préstamo de la vida: —el guerrero muerto ha regresado a su hogar encima del broquel.

Sigámosle un instante en su rápida carrera.

IV.
Había nacido este valiente mozo después de Loncomilla. i al sucumbir en Tarapacá al frente de su compañía, con un rifle en la mano, no había cumplido todavía veintiocho años. Su padre era el apreciable comerciante don Bernardino Silva. Era su tío el respetable miembro de la Corte de Apelaciones de Santiago don Raimundo Silva, que en su carrera de soldado le sirviera, por su mayor valimiento, de verdadero padre.

A virtud de las relaciones que ligaban al digno juez con uno de los hombres públicos que ha disfrutado de mayor influencia en los últimos años, obtuvo en efecto, para su sobrino, del Ministro de la Guerra, don Francisco Echáurren, un puesto efectivo en la Academia Militar, en agosto de 1869.

Pero a los pocos meses, esa misma influencia llevó al animoso mancebo al ejército activo (enero de 1870), donde una acción brillante de guerra, ejecutada en las fronteras el 11 de abril de 1874, atrajo con justicia la atención de sus jefes i las recompensas de la nación sobre aquella carrera que comenzaba con un heroísmo para encontrar temprano fin en otro heroísmo más levantado todavía.

V.
El cadete Silva había sido nombrado alférez de Cazadores a caballo, i se encontraba, por abril de 1874, de guarnición con su compañía en el fuerte de Chiguaihue, custodiando contra los indios alzados la línea del Malleco, cuando ejecutó la acción distinguida que consta del parte de su inmediato jefe, que copiamos a continuación, proeza calificada expresamente por la ordenanza militar como sobresaliente, i que le hizo acreedor al premio señalado, en el mismo campo de batalla.

La relación circunstanciada e interesante diese bautizo del honor, recaído en un mancebo de veintidós años, dice textualmente como sigue:

“Tercer escuadrón del Rejimiento de Cazadores a caballo.

Collipulli, abril 12 de 1874.

"El capitán de la 1° compañía de este escuadrón, destacada en Chiguaihue a las 8 P. M. del día de ayer, me pasa el parte que copio:

"A las 2 i media A.M. del día de hoi, encontrándome a cargo de esta plaza, recibí orden del cuartel jeneral para hacer salir un piquete de veinticinco hombres de mi compañía al mando de un oficial para que persiguiera una partida de indios que habían asaltado una posesión a orillas del Malleco, entre los fuertes de Cancura i Huequen, quienes habían robado una partida de animales. Inmediatamente nombré para esta comisión al teniente don Manuel Ramón Barahona i al alférez don José Ignacio Silva: a las 2.15 emprendió su marcha la tropa, tomando el camino que se dirije a Quechereguas de Huequen, i a las 4 de esta tarde ha vuelto a esta plaza, dando la excursión el resultado que según el parte del teniente que mandaba la fuerza, voi a referir.

"Tomada la dirección que dejo dicha, dió el piquete alcance a los indios en el lugar llamado Rcihu, distante como a ocho leguas de esta piara; en este punto fué atacada la pequeña descubierta que había dispuesto el teniente i en el acto mandó cargar con el resto de su fuerza, lo que dió lugar a un combate a fuego i sable; puesto en derrota el enemigo, continuó la persecución hasta donde le fué posible alcanzar por Ll fragosidad del terreno, pero en la fuga tomó una parte de los indios una dirección distinta que los demás, los que fueron perseguidos por una fracción de tropa, compuesta del sarjento 1.° don José Tomás Urzúa, los de 2° clase don José Miguel 2° Ríos i don Juan Felipe Ramirez, soldado Roberto Castro, Bartolo Arellano, José del C. Rojas i Jacinto Fuentes, hasta el estero llamado Meco, distante más de tres leguas, de donde principió el ataque, logrando matar dos indios.

"Concluida la persecución, se vio que habían quedado nueve bandidos en el campo. Se les quitaron siete caballos i una yegua, sin contar con las lanzas que era consiguiente debían dejar. La tropa, en jeneral, ha demostrado un valor i decisión que merece una particular recomendación; pues, según refiere el teniente, cada uno se empeñaba en batirse individualmente con cada uno de los enemigos; pero mui principalmente los siete individuos que cargaron a los indios hasta el estero Meco, por su conocido arrojo.

"El comandante de la fuerza, en el parte pasado a la Gobernación Militar, hace una merecida recomendación del alférez don José Ignacio Silva, que textualmente escomo sigue:

"No cumpliría mi deber, si tío hiciera a usted presente que el alférez don José Ignacio Silva ha manifestado en el tiempo del ataque un coraje que me enorgullece al expresarlo; porque en el acto de mandar la carga, la emprendió él a vanguardia de una fracción de tropa que, por la fragosidad del terreno, le fué preciso dividirse, envolviéndose este oficial de tal manera con el enemigo, que no le era posible manejar su espada, ni a los indios sus lanzas, lo que dió lugar a que, poniéndose cu guardia, le hicieran pedazos la guarnición de su espada a garrotazos, pero que una vez medianamente desprendido, pudo bajar a hachazos a uno de sus enemigos. Este oficial ha salvado la vida por un evento casual, porque le fué dirijida una lanzada por la retaguardia, que felizmente la recibió el bordo trasero de su silla.

"Los caballos que montaba el piquete han quedado bien maltratados, i dos de ellos inútiles: uno por haberse despechado en una vuelta que tuvo en la primera carga, i el otro a consecuencia de la larga jornada que tuvo que hacer con la rapidez que el caso lo requería; pues que en la ida i vuelta se ha andado una distancia de 24 leguas más o menos.

"En la tropa no ha ocurrido novedad, i solo se lamenta la desgracia de haber muerto un niño, de dos que se llevaban cautivos los indios.

"Me felicito en manifestar a usted que, según la relación anterior, los oficiales i tropa han probado una vez más la decisión que tienen porque el buen nombre que desde su formación ha tenido nuestro Tejimiento quieren siempre que permanezca sin que en nada se haga desmerecer".

"'Todo lo que me cabe el honor de trascribir a US. para su conocimiento, permitiéndome hacerle presente la brillante conducta con que vuelve a justificar su abnegación por el buen servicio i exacto cumplimiento con que el teniente Barahona se empeña para desempeñar las comisiones que se le confían; sin dejar de reconocer la digna conducta del alférez Silva, que en la primera ocasión que toma parte en excursiones como la presente ha sabido comportarse. Con relación a la tropa, nada tengo a que referirme desde que en el parte trascrito se φη a conocer sus bizarros manejos.

“Hoi estuve en Chiguaihue, con el objeto de felicitar a los dos oficiales i hacer conocer a la tropa lo mui complacido que estaba por tan digno comportamiento"

"Lo trascribo a US., etc.—Basilio Urrutia"

VI.
Apresuróse el jefe del Estado a consagrar el mérito contraído por el alférez de Cazadores a caballo, i a petición expresa del jeneral en jefe de las fronteras, don Basilio Urrutia, el presidente Errázuriz firmó los despachos de teniente del joven Silva, once días después del encuentro del estero de Meco, “en atención (así dice el despacho) a su distinguido comportamiento en el encuentro tenido con los indios araucanos en el lugar denominado Reibu."

Hemos hallado ocasión de leer algunos millares de despachos anteriores a la presente guerra, i mui rara vez encontramos estampadas en ellos frases de honor semejante. El capitán Silva había nacido sin duda destinado para nobles ascensos, pero traidor destino atajóle el paso en la fatal quebrada. “Le prometo,—decía el denodado joven, escribiendo en la intimidad a su padre desde el puerto de Coquimbo cuando marchaba a la campana, i aludiendo a su tío i protector,—le prometo que, así como él ha dado nombre a nuestra familia en la majistratura, trataré yo de imitarlo en las armas. Tengo fe en que no titubearé en el momento del peligro." I en otra carta en que contestaba una alusión de su deudo a Prat i a Serrano, decíale en respuesta: —“Con el favor de Dios i el amparo de nuestra patrona jurada, ya que no puedo ser un Prat o un Serrano, seré entre los cholos algo más que el alférez Silva entre los araucanos."

El capitán de Tarapacá no olvidó nunca su hermoso estreno del Malleco.

VII.
Tenía el joven Silva pasión decidida por el arma de caballería, i en una carta de familia escrita al comenzar la presente guerra, decía estas palabras, que eran en él no solo un paisaje da guerra, sino un recuerdo de lejítimo orgullo:— “Si la suerte me acompaña, creo se cumplirán mis deseos, que se limitarán a encontrarme en una batalla, sable en mano, al frente de tropa de caballería."

Sin embargo, por alguna de las emerjencias del servicio que antes de la guerra tenían constituidos a nuestros escasos oficiales en verdaderos "judíos errantes" de la milicia, pues los hai que sin ser capitanes han servido en seis u ocho cuerpos diferentes, el teniente de Cazadores a caballo pasó en 1876 de capitán al Buín, i en seguida, en su mismo grado, al 2° de línea, cuando este hallábase ya acampado en las alturas de Calama.

VIII.
El capitán Silva se embarcó en el Huanay el 23 de abril, i desde el puerto de Coquimbo escribía a su amante padre con fecha 25 de ese mes, estás palabras íntimas que traicionaban su fogoso entusiasmo de soldado:—«En medio de inmensos vivas a Chile, lanzados por dos mil pechos que marchan al combate, nos hacen oír el himno de la patria. Nadie creería que todos marchamos expuestos a la muerte. Nadie se. acuerda de ella, pues todos creen segura la victoria."

El capitán Silva era un mozo alegre como su edad i su carrera; pero escondía en su alma un vivo sentimiento relijioso. Cuentan en su familia que en su niñez tuvo el culto pavoroso de las ánimas, ¿i quién no lo ha tenido, junto con el asustado despertar de la media noche? Pero bajo las armas creía en la plegaria i en la Virjen. Saludando afectuosamente a unas primas suyas que le ofrecían una novena, decíales él desde el campamento de Antofagasta: "Espero que los rezos de ustedes, llegado el peligro, me darán la suerte de salir salvo o de sucumbir con honor."

La disposición festiva de su espíritu se traduce sin embozo con frecuencia en la efusión injenua de sus cartas. Cuando era simple alférez de Cazadores enviaba a su familia su retrato hecho en las selvas araucanas.—"He salido algo ladeado, les decía, pero no importa."

"Aunque se vista de seda 
La mona, mona se queda"

El capitán Silva tenía sin embargo, una bizarra figura de soldado, i tanto que llegó a interesar a una nieta del ilustre almirante Blanco Encalada, con la cuál murió desposado.

IX.
Desempeñó el capitán Silva, durante la primera campaña, todos los servicios i fatigas que cupieron al andariego 2.° de línea entre Calama i Tarapacá. I en aquella desamparada aldea estuvo a punto de morir a causa de una fiebre enjemlrada por el cansancio, las penurias i el clima. "Felizmente,—escribía a fines de marzo desde aquella posición avanzada,—las muchas pellejerías que he tenido que soportar en mi vida de soldado i el ningún caso que me he acostumbrado a hacer de ellas, ha robustecido mi constitución de tal modo que pude librarme de esa enfermedad a que otros ya habían sucumbido, sobre todo a consecuencia del abandono absoluto en que se nos mantenía por lo que hace a medicinas."

X.
Durante los largos aprestos de la campaña el capitán Silva se había hecho un eximio tirador. Enseñando a sus soldados el manejo del riñe en el tiro al blanco, logró sobrepasar en este ejercicio a todos sus compañeros de armas, i de esta suerte tenía invariablemente costeada su cerveza i su champaña (cuando lo había) en las apuestas del campamento. Por eso el intrépido mozo debía morir con un rifle en la mano.

Refería uno de sus camaradas de tienda i de desierto (el valiente capitán Reyes Campos muerto a su vez i como él) que contra su pasar ordinario, el capitán Silva mostróse taciturno en la noche que precedió a la batalla de Tarapacá, i que echado a media noche (la hora de las animas) sobre la arena humedecida por la camanchaca, decíale, moviendo tristemente la cabeza: —"No sé por qué se me ha puesto que me van a matar en este encuentro... pero en fin, añadía, moriré matando."

I esto fue lo que cumplió el bravo hijo de Chile en la honda quebrada enemiga.

XI.
Consta, por el testimonio de todos los que le vieron, que destrozada su compañía en el fondo de la garganta peruana, el capitán Silva cojió del suelo un rifle, último préstamo de sus soldados, i que peleando hombro con hombro con estos, cayó en campo abierto, protejiendo la retirada del sacrificado Tejimiento i la vida de su amado comandante.

El bravo soldado había cumplido su palabra tantas veces empeñada al padre i al deudo, a la mujer i a la patria. Había muerto como mueren los héroes, como habría muerto, salvo un hecho providencial, entre las lanzas araucanas del Malleco. Pero el capitán Silva había cumplido también su terrible palabra empeñada al enemigo —¡Había muerto matando!

XII.
Sus intrépidos compañeros de armas, mártires como él, le precedieron, casi por un año, en el itinerario del regreso a la patria en demanda del altar que purifica i de la tumba que consagra en sencillo epitafio los nobles hechos de la vida.

Pero arrancado a la doble inclemencia del desierto i del olvido, por el afán de cariñoso, inconsolable padre, honrado por una delegación del Gobierno que fué a recibir sus restos a la playa amiga; conducidos estos a su postrer mansión en brazos de los que le amaron, la peregrinación juvenil quedó así cumplida. I por ese breve camino el joven adalid renació a la inmortalidad en la puerta del santuario que en una inscripción de fe i de esperanza dice a los que por ella entran, no como el implacable poeta florentino, sino como el apóstol i el evanjelista cristiano autor de todos los consuelos:

"¡Aquí renace el alma a mejor vida!"


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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