3 de agosto de 2019

Francisco Olivos

Francisco Olivos
Don Francisco Olivos
Capitán del Rejimiento 2° de línea.

III.
Francisco Olivos era hombre de fe, i aunque en su niñez suelta i traviesa mostró resolución audaz, nunca apartó de su corazón el talismán de la enseñanza primera, que es la única i santa escuela de las almas buenas. Su padre, el respetable caballero don Ambrosio Olivos, fiscal de la corte de la Serena, era hombre de partido; pero al propio tiempo fue siempre hombre de convicciones. Su madre, la señora Manuela Bustamante, hija de un distinguido prócer chileno que alcanzara en Méjico, donde ella naciera, el título de jeneral i el empleo de ministro de la guerra durante la república, es lo que en el expresivo lenguaje del aprecio público, justiciero siquiera entre nosotros con la mujer, llaman "una santa."

IV.
Bajo estos auspicios domésticos educóse Francisco Olivos, a la par con seis o siete hermanos varones en el regazo de la madre i en la ciudad de la Serena, que es, a su manera, otro regazo, i donde él había nacido el 29 de enero de 1856.

Recibido después, más como niño travieso i turbulento que como esperanza literaria o siquiera monástica en los colejios de relijiosos que existen en Santiago, cultivó allí, en medio de las borrascas infantiles, la esperanza heredada que le llevaría más tarde a todas las grandes resoluciones de su carrera, sin exceptuar la del martirio aceptado tranquilamente i de antemano.

V.
Era el carácter del niño coquimbano demasiado resuelto para forjarse con la espera una carrera profesional, aun siendo hijo de un alto funcionario; i por esto, saltando de. un solo empuje los bancos del aula i del claustro, que para muchos son barrotes de prisiones, a la edad de diezisiete años alistóse en un cuerpo de línea, empeñado en buscar la suerte varia i tentadora del soldado.

El batallón elejido fué el 7.° de linea (comandante Muñoz) que a la sazón (1874) guarnecía a Santiago, i que dos años más tarde pasó en las guarniciones araucanas a denominarse Zapadores.

VI.
Cuatro años de su vida juvenil pasó el subteniente Olivos en el penoso servicio de las fronteras, sin venir siquiera una sola vez a disfrutar el regalo de la privanza doméstica, donde por su carácter abierto, jovial i a la vez impetuoso, era mimado de padres i hermanos. I de esta suerte el que había sido juzgado niño violento i atolondrado por los monjes institutores de nuestra monástica capital, gozaba ahora, sin salir todavía de la pubertad, la reputación de un brillante oficial entre sus jefes i compañeros de armas.

Como oficial de Zapadores, el subteniente Olivos fué uno de los fundadores del fuerte, hoi pueblo avanzado, del Traiguén, i allí recibió en marzo de 1879 los despachos de su próximo grado en premio de su perseverantes e intelijentes servicios. El teniente Olivos era aficionado a injeniero i se hallaba bastante versado en las matemáticas.

VII.
En la fecha a que hemos llegado ya, la ola de la guerra invadía todos los corazones que laten lijero en este país de jenerosos entusiasmos juveniles, i que el egoísmo petrifica sólo con la dureza de años; i el joven teniente marchó a la campaña con su pecho henchido de fe i acariciado por los mil mirajes de la primera edad, fieros i sangrientos los unos, cual cumple al soldado, empapados de ternura los otros, como era propio del hijo i del creyente.

«Mil cosas,—-decíale así con la injenuidad sin artificios de la infancia a su buena madre desde d campamento de Caracoles (que fué su primara etapa, donde a las órdenes del infatigable teniente-coronel Vivar i del joven i bravo capitán de su compañía Abel Garretón, vivía en continua i fatigadora preparación bajo las armas)— mil cosas, quisiera contarle, mamá, pero no hallo por donde principiar; así es que le escribiré contestando punto por punto su carta, porque me será más fácil i al mismo tiempo no me olvidaré de nada de lo que me pregunta.

«Principiaré diciéndole, mamá, que hace mui mal en alarmarse cuando no recibe carta mía tan luego como usted desea; el correo está tan mal servido que todos se quejan de este mal sin remedio.

«Me dice en su carta que por faltas de noticias mías estaba en tal inquietud que sus conjeturas la llevaban hasta creer quién sabe qué cosas. Sobre esto le diré que en este mineral hai tanta tranquilidad que puede decirse que estamos en plena paz; los enemigos están mui lejos, tanto que jamás vendrán por tierra. Por tanto, quede usted tranquila, mamá, porque a más de la circunstancia apuntada, tengo tal confianza en la causa de que soi defensor que tengo seguridad que Dios la proteje como al mismo tiempo a los que con fe lo invocamos.

«Mi querida mamá, no piense más en que estoi separado de usted; acuérdese sí sólo para pensar que volveré con gloria, lleno de triunfos i laureles a darle un abrazo. Sé que esto es difícil, pero si no lo consigo tendré por lo menos la resolución de Arturo Prat...»

«...Seguiré contestando su carta,—proseguía diciendo el animoso soldado casi con el candor de un niño.—Esperanza de batalla no tenemos hasta que vaya el ejército a Iquique, lo cual no puede ser todavía, porque sólo hai como 10,000 hombres aquí, i a más de que es poco este número, falta equiparlo.

"Ánimo i valor, creo que no tengo, porque todavía no me he probado, pero resolución de portarme como chileno tengo, i estoi persuadido de que con esa resolución no me faltará el ánimo i valor. Destreza es mui poca la que se necesita cuando uno se bate con enemigos como los peruanos. Hago abstracción de los bolivianos que valen mucho más que sus aliados, porque a ellos casi no se les considera como enemigos."

VIII.
Esto escribía el soldado de Tarapacá con las alas sueltas del alma que de la tienda en el desierto iban a posarse sobre la enramada de la familia ausente en el seno de la patria, el 25 de mayo de 1879, i ese era solo el período de los aprestos. '‘No me he probado todavía," exclamaba en esa carta íntima, pero el impetuoso niño llamaba ya «esperanzas!» las batallas futuras en cuya busca iba. El alma de Prat, como ya lo tenemos demostrado respecto de muchos incipientes heroísmos, había pasado en su vuelo a las alturas a través de aquella alma entusiasta, i él mismo cuidaba de decirlo como en secreto pero con orgullo a su madre: «Tendré por lo menos la resolución de Prat!"

IX.
Pero la prueba solicitada con natural impaciencia no tardó en sobrevenir, i aquella había de ser terrible. Fué Tarapacá, que no sería batalla, ni victoria, ni derrota, sino hecatombe. Allí, en aquel torbellino de plomo derretido que corrió durante diez horas por el cauce seco de una grieta del desierto, el teniente Olivos peleó en el punto más avansado, al mando del bravo capitán Garretón (hoi teniente coronel), i allí, cuando éste atravesado por innumerables proyectiles, como, su hermano que en el sitio rindió la vida, como su segundo en el mando de la compañía, continuó batiéndose el teniente Olivos con el último montón de heroicos heridos i agonizantes que todavía escuchaban su voz. La reputación de bravura del joven coquimbano quedó desde ese fatal día sellada con sangre i con fuego.

X.
Hizo, esto no obstante, profunda i durable impresión en el ánimo del animoso teniente del exterminado rejimiento 2.° de línea aquella horrible i carnicera jornada. Encuéntrense por esto en todas sus cartas de familia frecuentes alusiones a ella, a sus crueles pérdidas, a sus amigos muertos i por él sinceramente llorados, a su propia salvación que él consideraba como un milagro (i en realidad habíalo sido), juzgando e interpretando por esto, con la fe de un cruzado, que en otras ocasiones sería invulnerable. Sin embargo, nada de esto trasmitía a los suyos, limitándose a desvanecer los justos temores que por su existencia aquellos albergaban.

"Me he hecho cargo,—escribía a su padre, convalesciente de enfermedad tenaz, que al fin había de postrarlo junto con el dolor de irreparable pérdida, i desde Santa Catalina de Tarapacá, el 26 de diciembre de 1879, esto es, un mes después del combate:—me he hecho cargo de lo que habrán sufrido ustedes sin saber nada de mí después de la batalla en que me «bauticé», como bárbaramente decía Napoleón III por su hijo. Pero tan pronto como pude le escribí dándole noticia exacta de lo ocurrido el 27 de noviembre, i según me parece, esa carta era de fecha 30, pero no es extraño que hasta el 12, fecha de su carta no la hubiese recibido, por cuanto la correspondencia se detuvo en Pisagua varios días, con el objeto de impedir se tuvieran en Santiago detalles que en el primer momento habrían sido funestos. Ya, cuando el ánimo estaba preparado, se dió curso a esa correspondencia que habría sido de gran consuelo si la hubieran recibido a tiempo.»

I en seguida, más preocupado que de sí mismo, del valeroso soldado que le había conducido al bautizo del fuego, cayendo a su lado, el leal mancebo añadía:

«Cuando me escriba nuevamente, papá, deme noticias, si puede, del capitán Garretón. Me intereso mucho por la suerte de ese joven. Aparte de las mil cualidades que como hombre lo adornan, tiene la de ser un militar pundonoroso, honrado i valiente como pocos; con su compañía, que pudo colocarla en mui buena posición, rechazó al enemigo que trataba de envolver al resto del 2.°; pero en pago de tal hazaña, el enemigo concentró sus fuegos sobre esa compañía de tal modo que sólo han quedado 29 individuos. El valiente Garretón recibió tres balazos, uno en una mano, otro en una pierna i el último le atravesó el cuerpo, entrándole por la barriga i saliéndole poco más arriba de los riñones; ya con estas heridas, el bravo Garretón, cayó sin exhalar más queja que: "ésta sí que es buena!"

"El corazón de este oficial es mui grande. Un hermano de él, capitán también, pagó con su vida su osadía; cuando lo supo Abel, por un soldado, se incorporó, alcanzó a pararse con una desesperación horrible, pero sus heridas no le dieron tiempo para más, cayó desmayado. Me extremece el recuerdo de ese valiente hasta el extremo de no poder apartarle de mi imajinación".

El teniente Olivos sabía hacer justicia!

XI
Después de Tarapacá i antes de los Anjeles (marzo de 1880) el teniente Olivos fué promovido a capitán a la edad de 24 años, pero él jamás solicitó sus ascensos, i escribiendo sobre esas intimidades a su padre, decíale cierto día:

"Como usted me dice mui bien, los ascensos no deben ser obtenidos por el favor: —no quiero deber lo que yo sea sino a lo que merezco. Así como en la mayor parte de las profesiones el favor es lo que hace surjir a muchos, en la milicia sucede otro tanto; pero me conformo con ser un subalterno siempre, antes que ser señalado con el dedo i que digan que lo que soi, lo debo al favor de tal persona, como tal muchos i sobre todo en la milicia."

I en ello el certero mozo tenía sobrada razón, porque de todas las injusticias, la más grave, la más irritante, la más trascedental es aquella que se comete contra hombres que en cambio de su honra llevan ofrecida la vida a la nación. La promoción injusta de un favorito suele en consecuencia, perturbar un cuerpo de ejército más que una batalla, porque el desaire cae sobre todos i la indignación hácese contajiosa hasta la ira.

Por esto, cuando el despacho merecido i no buscado llegó a sus manos, limitóse el capitán agraciado a decir a los suyos: "Me he dedicado con alma i cuerpo a poner en buen pié de guerra a mis 150 hombres, i tanto en el interés de mi patria como en el mío propio está su instrucción". I acentuada todavía más noblemente su resolución de soldado i la devolución del empeño de honor que le imponía su nuevo grado para con la nación que lo otorgaba, escribía otra vez a su madre, depositaría de todas sus confianzas i aun de su diminuto archivo de soldado, diciéndole estas nobilísimas frases, en carta de 11 de febrero de 1880 i desde el campamento de Santa Catalina:

"El nuevo grado que he obtenido en la carrera de las armas me hace entrar en una nueva faz, que teniendo obligaciones más sagradas que cumplir me darán honra i gloria si cumplo como un caballero, con lo cual no solo llenaré mis aspiraciones sino también las de mi patria».

I a esta expresión del alto concepto del deber, seguían más adelante de la confidencia, estas palabras de hombre, que por desdicha no fueron una profecía sino un juramento:

"Ayer me fué entregado el nombramiento de capitán, que firmó el ministro de la guerra con fecha 5 del presente; se lo remito para que lo guarde como depósito para mientras lo relevo por el de sarjento mayor que pienso conquistar en Tacna".

Ah! pobre madre, el único depósito que de aquella jornada llegaría a su hogar i a su alma sería un pálido cadáver.

XII.
Del fondo blanquecino i polvoroso del desierto, en que el ejército vencedor de San Francisco fué condenado por supremas impericias a vivir vejetando durante cuatro meses, marchó el capitán Olivos a las verdes márjenes del Ilo, i como en todos sus compañeros, sin exceptuar al más infeliz soldado, su alma no cabía de gozo con aquella mudanza de la siesta decretada, por la batalla apetecida. “Mucho entusiasmo,—decía, con este motivo en la víspera de partir del campamento de San Antonio i en carta de familia que existe como depósito en nuestro poder;—mucho entusiasmo reina en oficiales i tropa porque la vida de campamento era algo monótona. Se deja conocer ese entusiasmo tanto en los semblantes como en el hecho más insignificante. Todos estamos convencidos de que Tacna tiene sus peligros i mucho mayores que los que aquí ha habido; pero sabemos también que los peruanos no nos resisten sinó cuando están atrincherados, i como tenemos seguridad de que seremos mui desconfiados, no nos atraerán tan fácilmente como en Tarapacá. El triunfo lo tenemos seguro, porque la resolución de los que vamos a Tacna es la del chileno: “Vencer o morir!»

“La compañía que mando me parece que se portará bien, porque tiene, a mas de cumplir con. el deber del chileno, que vengar la suerte de tantos compañeros que perecieron en Tarapacá sin batirse, sino cazados».

XIII.
Al mando de esa compañía, que era la cuarta de su rejimiento, encontróse en consecuencia el capitán Olivos en los puntos más avanzados del combate de los Anjeles, dentro de la quebrada de Tumilaca; i como su tropa era guerrillera, batióse siempre en avance, por lo cual fue especialmente recomendado en el parte especial de la jornada. Menos feliz que en Tarapacá, el capitán Olivos había perdido allí su caballo, puesto fuera de combate por una bala, incidente que él juzgaba de la mayor insignificancia cada vez que recordaba los horrores de la quebrada del desierto. “Con la experiencia que adquirí en Tarapacá,—decía a su padre,—con respecto a batallas, me hacía creer que todas, con poca diferencia, serían lo mismo; pero ahora que me he encontrado en otra veo que nó i que tal vez en mi vida me encontraré en batalla parecida a la que se dió en Tarapacá».

XIV.
Entretanto el capitán Olivos había prometido ir a conquistar en Tacna sus presillas de sarjento mayor o a morir por la honra i la victoria de su patria, i hacia allá marchaba con enérjica e inquebrantable resolución. Este voto tenía en su alma algo de divino porque era el fruto de una deliberación tranquila, convencida i magnánima. Ni a su amada madre, a quien habríale sido dulce ahorrar una lágrima, se lo ocultaba; i por el contrario, como esforzándose en consolarla anticipadamente de su pérdida, hacíale presente que teniendo ella muchos hijos varones era justo que ofreciese la vida siquiera de uno, como en las tribus antiguas, en holocausto a la patria, necesitada de copiosa, rica e inagotable sangre, siendo él el elejido... “Ahora voi a decirle también otra cosa,—escribía a este propósito el sublime mancebo a la autora de su vida.—Usted sabe que por deber i conciencia sirvo a mi patria en circunstancias que ella reclama de sus hijos una decidida voluntad; sabe también que no hai familia que no haya contribuido con alguno de sus miembros a prestar ese apoyo que la patria les exijo; sabe que ese apoyo consiste en dedicar sus vidas en su bien. pues es la consecuencia de la guerra, es decir, eso cuesta sostener la honra i dignidad de la patria, i por fin, sabe que muchos han sucumbido propendiendo al bienestar de la madre que les exije ese sacrificio llenándose de gloria i dejando un tierno recuerdo a su patria i familia; ¿por qué entonces no hace lo que todas esas madres que tienen sus hijos en el ejército? Sé que su ternura es mui grande i ella es la que la hace sufrir tanto; pero, mamá, tenga confianza en Dios i María Santísima; tenga seguridad que me proteje".

¿Cuándo hubo una protesta de fe i de heroísmo expresada con más tierno, sumiso i a la vez más levantado i altanero corazón?

XV.
Cuando el subteniente Olivos había atravesado la capital de su patria por la última vez, camino del Perú, habíase detenido en ella sólo con dos objetos i por brevísimo tiempo, a saber: para abrazar a su madre i arrodillarse a los piés de un sacerdote conocido i evanjélico que bendijo en el guerrero al cristiano. I hecho esto, marchó resueltamente a la muerte.

XVI.
Un último deber de ternura le quedaba todavía después de la conciencia i del sacrificio: tranquilizar los corazones sobresaltados de su hogar, antes de marchar al último combate. En una carta que ha visto la luz pública, escrita en la víspera de Tacna, i en cuyo texto orijinal la amplitud inusitada de los caracteres traicionan los latidos del corazón al trazar el cariñoso engaño, decía, en efecto, por la postrera vez a su madre I estas palabras de solícito aliento:

"No dude, mamá, que saldremos con felicidad en esta próxima acción; no tenga cuidado por mí porque, como le he dicho antes, estoi blindado. Esto por lo que respecta a mí. Por el ejército debe existir menos cuidado, porque su resolución se deja manifestar. Estamos en la situación de Hernán Cortés, que quemó sus naves en Méjico, para triunfar o morir. El ejército chileno, aunque no necesita recurrir a ese medio para morir cuando es necesario, sabe que vencerá; sabe que le costará bastante, pero antes que retroceder o detenerse, morirán uno por uno los que lo componen, porque a más de ser la divisa, no hai retirada posible"

XVII.
Aquel nobilísimo soldado, perdido tan temprano para su patria, pero no para los ejemplos, no sabía inspirarse sino en los heroísmos famosos. Antes de Tarapacá había invocado a Arturo Prat. Antes de Tacna, con perfecta similitud, recordaba a Hernán Cortés.

I lo que había más digno de alabanza i de admiración en los arranques de aquella alma juvenil, de mui pocos conocida hasta la presente hora, era que él sabía, por la voz del augurio del soldado, que iba a morir. Así habíaselo dicho, sin inmutarse, pero con profundo convencimiento, al capitán Roberto Concha, que mandaba la compañía jemela de la suya en el rejimiento, i el último, en su tiempo, trascribiónosla a nosotros como un presentimiento común dolorosamente cumplido.

Sabían los dos capitanes guerrilleros del 2.°de línea que, hallándose el enemigo atrincherado en una vasta linea de parapetos i lomajes, las compañías de guerrillas destinadas a preceder i preparar el ataque a la línea de batalla que vendría en pos. pagarían duro tributo a las balas; i tan certero fué su cálculo que horas más tarde, después de platicado eso bajo la lona, todos los capitanes guerrilleros de la segunda división, la división de granito del coronel Barceló. soldado tallado en esa roca, yacían exánimes por el suelo; Torreblanca del Atacama i Dinator del Santiago, muertos; Roberto Concha del 2.° malamente herido, i moribundo el valentísimo soldado a quien esta pájina de conmemoraciones está inscrita.

XVIII.
Dos días después (el 28 de mayo) expiraba el capitán guerrillero del 2° de línea don Francisco Olivos en los hospitales de la ciudad que había ayudado a capturar con su sangre, sin que se desmintiera un solo instante su constancia de cristiano, su ínclita bravura de chileno.

"Sé, señor.—escribía con este motivo, enviando al aflijido padre el último consuelo de los fuertes, el aguerrido comandante del 2° de línea don Estanislao del Canto;—sé que el recuerdo de las bellas dotes que adornaban a un ser querido i que se ha tenido la desgracia de perder, no sirve en modo alguno de lenitivo al dolor que se experimenta; pero deseo que usted no ignore que el gallardo e intrépido capitán Olivos, combatió siempre como lodo un valiente, i exhaló el último suspiro como el verdadero soldado chileno, en defensa de su patria".

XIX.
I aquí a nuestro turno nosotros también terminamos elijiendo las palabras de alguien que en la intimidad conoció a fondo aquella naturaleza riquísima, i que fué el primero en trazar sis perfiles en breves pero sentidos rasgos:

"Vida llena de deber i de sacrificio. Muero: fecunda en gloria i heroísmo.

"Al pisar los dinteles del más allá, soldados como Olivos, jenios tutelares de la bandera de Chile, envían sobre su blanca estrella lampos de fúljido esplendor que permitirán a las jeneraciones futuras reconocer su ruta i su divisa.

"No adornemos, entre tanto, el monumento que guarde sus despojos con mirtos o arrayanes que el hielo de la soledad o del olvido hubieran de segar o marchitar mañana.

"No estampemos tampoco ninguna leyenda sobre su sepulcro. Dejemos el mármol mortuorio en su pura i blanquecina limpidez.

"Más tarde, un lapidario ilustre, empuñando un cincel de oro, recorrerá esos sitios de muerte i enmendará nuestro voluntario olvido. La República, radiante de belleza, ceñido su traje de victoria, grabará sobre esa losa, con reverencia una palabra i derramará sobre sus cenizas. amorosa i agradecida, una lágrima. Esa palabra su epitafio i su historia, esa lágrima será su laurel i su apoteósis. ¡Gloriosa leyenda! ¡Inmarcesible corona!"

Francisco Olivos fué un verdadero héroe cristiano, un verdadero cruzado de las victorias de Chile.


**********************
Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

No hay comentarios.:

Publicar un comentario