1 de agosto de 2019

Casimiro Ibañez

Casimiro Ibañez
Don Casimiro Ibáñez
Capitán del 4° de línea.

III.
Colocamos hoi en primera fila al bravo capitán adolescente del 4.° de línea don Casimiro Ibáñez, porque en la lista de los juveniles heroísmos es hoi el primero entre los llamados.

Su propio jefe, el cumplido i pundonoroso comandante don Luis Solo Zaldívar, que recojió su último suspiro en el campo de batalla, nos lo decía, hace poco, repasando durante un frugal almuerzo de amigos i soldados, las grandes escenas de la guerra; i por esto, al caer la noche recojemos nosotros el recuerdo i cumplimos un voto antiguo con el héroe muerto,

IV.
Casimiro Ibáñez era un niño. Había nacido en el Parral por el año de 1857 i no había tenido más educación que la escuela ni más barniz que un año o dos de liceo en la provincia.

Pero no obstante la singular melancolía i taciturnidad de su rostro, sombras estampadas en su imajen por la luz fotográfica, era una naturaleza vivaz, alegre, risueña, en la que la gracia natural del espíritu inculto suplía al afán i al tedio de la disciplina i la enseñanza. Sus cartas íntimas, de las que tenemos una media docena sobre nuestra mesa de trabajo, escritas todas durante la guerra, ostentan cierto pintoresco desaliño de las formas i de la ortografía, a la par con las ricas espontaneidades de una alma jenerosa, crédula, casi infantil, intensamente apasionada, aun en tan corta edad, por la gloria de las armas. por la fama de su rejimiento, culto i amor únicos de los que han venido a la luz del mundo con astro de guerreros.

I evidentemente, Casimiro Ibáñez había nacido para ser soldado i para morir como soldado.

V.
Desde luego no era un ibero, como su apellido parecería revelarlo: era un celta. Su bisabuelo fué aquel teniente coronel irlandés Evans, que naufragó con lord Byron en las costas de Chile en 1740 i tomó servicio bajo el rei. En tiempos de su compatriota el presidente don Ambrosio O'Higgíns fundó el Parral, i como su apellido extranjero se pronunciaba en inglés con i. Ivans, los rudos soldados i los pobladores del sur comenzaron a llamarle Ibáñez, como llaman todavía en Santiago los Co a los descendientes del elegante caballero francés don Luis de Caux. Los Ibáñez del Parral, de la rama del coronel Evans, conservan todavía en su estructura física la estampa visible de.su cuna céltica, especialmente el color blanco de la tez, el óvalo ancho del rostro i la complexión rica i sanguínea de toda su naturaleza.

VI.
De uno de esos retoños de la raza hivérnica trasplantada por un naufrajio al suelo del Parral, i de madre santiaguina, emparentada con la estirpe de los Carrera, provino Casimiro Ibáñez. Su padre lleva todavía su propio nombre i su madre, muerta ya, llamábase doña Juana Creta, mujer afamada en todo el sur por su belleza.

No era raro que con estos oríjenes, a más do la pobreza i la orfandad, Casimiro Ibáñez tirase con mayor fuerza para ser soldado que para ser clérigo o abogado: "la cabra tira al monte".

I en efecto, a la edad de 16 o 17 años, protejido por las amistades de su cuñado don Benjamín Videla, otro soldado de raza, de estirpe arjentina. a la sazón intendente del Nuble, entró el año de 1873 o 74 al Buin, i en ese cuerpo sirvió tres años en clase de subteniente.

VII
En tal capacidad le encontramos en Angol en marzo de 1876, i no había en aquella guarnición ni mas gallardo mozo, ni mas alegre camarada. ni mas cumplido oficial. Aunque flexible, nervudo i delgado, tenía la pujanza de un joven Hércules. Ponderando sus fuerzas decía de él en aquella noche otro héroe que murió como él herido i olvidado, el capitán Zorraíndo:—"!Es mucha madre el subteniente Ibáñez!»

En lo que era más correcta i más exacta esa frase era en que el alma del juvenil alférez sería la nodriza de su propia gloria, tan temprano tronchada.

VIII.
Separado del Buin por un disgusto de altivez, entró el subteniente Ibáñez al 4.° de línea cuando estalló la guerra, i bajo sus banderas marcho a Antofagasta i a Pisagua, a Ilo i a Tacna.

En el segundo de aquellos desembarcos se encontró a bordo del Toltén, buque sepultura en que mataron 17 soldados, tirando los aliados sobre el telón de la cubierta como sobre un blanco.

Como es sabido, el 4.° se batió en seguida con honor en San Francisco, i en el Alto de la Alianza estuvo en la reserva. Su gran día fué el de Arica.

IX.
Ejecutó en aquella memorable mañana notorios hechos de valor el subteniente Ibáñez. Pero dando él cuenta íntima de su conducta propia a una hermana, se contentaba con pintarle su honra i su fortuna en estas cuatro palabras: "He escapado el pellejo en buen estado;" i la pintoresca expresión era anatómicamente exacta, por cuanto si su piel había quedado ilesa, no había sucedido otro tanto con su túnica, porque en carta posterior agregaba: "En Arica me pegaron cuatro balazos en la ropa, con lo que me han dejado desnudo".

Es un hecho hoi averiguado que sino fué Ibáñez el primero que penetró en el recinto del Morro, porque entraron muchos a la vez i por diferentes rumbos, sin verse los unos a los otros, cúpole a él la dicha de enarbolar la primera banderola en el mástil del fuerte, pidiéndosela a un cabo de su compañía, cuyo nombre en este momento se nos escapa. El mismo, que era la encarnación de la modestia en cuanto a las jactancias de bravura, en una carta a un deudo suyo desde Tacna el 15 de Junio de 1880, se reconocía aquella honra i la guardaba. "Yo fui el que tuve el honor, exclama, de izar el primero la bandera chilena sobre el asta del terrible Morro"

X.
Pero Ibáñez, como todo corazón de celta, no conocía el egoísmo; i él mismo enumera en una de sus cartas a aquellos de sus bravos compañeros que penetraron al recinto junto con él i con Solo Zaklívar. Entre los capitanes menciona a Marchant i Silva Amagada; entre los tenientes, a Gana, a Soto i a Bravo; entre los subtenientes a Vicente Videla, a Juan Rafael Alamos, a Carlos Aldunate i a Anjel Corrales, bravo mozo talquino, todos los cuales cayeron a la par con él en la terrible ladera del Morro Solar. El 4.° como se sabe, tuvo en Chorrillos 315 bajas de tropa i 25 oficiales fuera de combate. Ayer era en el Callao un simple esqueleto en cuyos cuadros forman apenas 400 combatientes de nueva creación. Al antiguo 4.°, amortajado en la gloria, se lo tragó la tierra.

I sin embargo, hace poco congregábase para ir a enterar su quinto año de combates entre las breñas de la sierra. ¡Cuán sufrido i cuán glorioso ejército es el de que Chile hoi se enorgullece!

XI.
Aunque oscuro subalterno, el capitán Ibáñez mostró siempre la pasión de la justicia en la glorificación.

Sucumbió en el asalto de Arica uno de sus camaradas, el subteniente Aguirre, en circunstancias peculiarmente dramáticas, que interesa recordar.

Era Aguirre, como Ibáñez, un mozo sumamente alegre, retozón i tan bromista bajo la lona de la tienda, como arrojado en el fuego; i en la noche que precedió al asalto, habiendo ordenado el severo comandante San Martín el más absoluto silencio, púsose a hurtadillas a rifar con cigarros la vida de los que caerían al día siguiente, i como él la sacara libre en el azar, lanzó estrepitosa carcajada, valiéndole su soltura i el bullicio instantáneo, fuerte reprimenda de su jefe.

I bien! El primero en caer en la mañana siguiente era el ganancioso de la noche. El subteniente Aguirre fué el único oficial del 4.° que acompañó a su jefe en la fosa de Arica; pero Ibáñez, que había perdido en la rifa del último Campamento, pidió con inusitado empeño que alguien ensalzara la memoria del heroico inmolado.

“El subteniente Aguirre.—-escribía el sobreviviente a un amigo,—falleció al tercer día del ataque. habiendo hecho proezas de valor i rayando en la mayor imprudencia sus hechos, como tuvimos lugar de presenciarlo. ¡Ojalá alguien recordase su memoria!"

Noble mancebo! tu jeneroso voto del alma está ya por la segunda vez cumplido! (1)

XII.
En cuanto al doloroso pero nobilísimo fin de su jefe i su maestro, el comandante San Martín, hé aquí como lo refiere el capitán Ibáñez. testigo presencial:

"Después de unos veinte minutos de crudo combate, iba yo adelante con algunos compañeros i un corto número de soldados, i dando una mirada hacia atrás para pedir auxilio a los que venían en pos de nosotros, vi que nuestro heroico jefe se refujiaba tras los sacos de una trinchera, llevando las manos sobre la herida que precisamente en ese momento le habían hecho.

"Le confieso que no pude imajinarme tamaña desgracia i hasta llegué a dudar de su coraje"

I en seguida, conmovido i reposado, agregaba: 
"Mui difícil creo ver otro individuo más resignado a morir por su patria que éste, pues aun cuando conocía, por la gravedad de su herida, que le quedaban pocos momentos de existencia, no se acordó de nadie sinó de su rejimiento. I las últimas palabras que dirijió a los capitanes Fuensalida i Gana fueron para decirles que preguntaran al jeneral si quedaba contento con la conducta del cuerpo.

“Parece que sus última palabras no fueron sino una ardiente manifestación de alegría i orgullo i una ostentación ante sus mismos subalternos, pues estaba seguro de nuestro comportamiento i nos veía todavía avanzar."

XIII.
Pero si el capitán Ibáñez sabía encontrar la entonación i las imájenes del heroísmo para contar las hazañas de sus compañeros de armas, era en el campamento el más jovial, festivo i decidor de la juvenil cuadrilla. Para todos los casos tenía salidas injeniosas, i entre otras la de llevar siempre consigo un trocito de nuez moscada i convidar a sus compañeros del 4.° o de otros cuerpos a hacer un ponche u otra bebida a medias..... i cuando, vaciado el espumoso líquido en la sopera se le pedía su parte de compañía, sacaba una astillita de la nuez, i así el injenioso engaño daba mejor sabor al festín improvisado.....

Era un cantor entonado e incansable en la vihuela de danzas chilenas, de melancólicos yaravíes peruanos i de canciones militares de Bolivia, siendo su favorito un canto de desaire en que una hermosa, solicitada por varios subalternos, elejía al fin un capitán, cuyo grado el alcanzara después de Arica. En el viaje de Pisco a Curayaco a bordo del Barnard Castle no soltaba por las noches la vihuela, embelesando a su auditorio, en el cual, el más asiduo era el bravo i desdichado Belisario Zañartu, destinado a morir junto con él. Tierno detalle! el capitán Ibáñez tenia en el Parral una hermana del mismo nombre de su amada madre, i con ella, siendo capitán, partía su sueldo mitad por mitad. No era esa ciertamente “la compañía de la nuez moscada."

XIV.
En todo lo demás, el capitán Ibáñez era un cabal soldado i durante toda la campaña no quiso jamás volver, ni siquiera por horas, a la dulce i merecida molicie del hogar. “Yo no tengo esperanzas de ir al sur,—escribía a su familia el 15 de junio de 1880, desde su estrecho campamento de Calana, junto a Tacna,—ni haré tampoco empeño por conseguirlo, porque quiero concluir totalmente la campaña i encontrarme en todas partes, si es posible."

XV.
Los levantados anhelos del mancebo iban a cumplirse: pero con un desenlace demasiado pronto i tristísimo, si bien heroico como toda su carrera, que fué corta.

En Lurín, antes de partir a la final batalla, el capitán Ibáñez había prometido regalar a su rejimiento con una hazaña de renombre que él ejecutaría, según dijo, con la cuarta compañía del primer batallón, que era la que mandaba; i he aquí como el único oficial de la última, que no cayó en el terrible encuentro, el subteniente Morán, refiere el fatal cumplimiento de la heroica promesa en su carta ya citada: .

“Nos habíamos lanzado, dice, al asalto de la penúltima trinchera antes del Morro Solar, i éramos un puñado de chacabucanos i cuartinos. Se nos oponía porfiada resistencia, tanto de la trinchera que atacábamos, como de un castillo que enfrentándonos dominaba el campo.

“Estábamos fatigados de luchar tanto i encimar cerros arrojando a los cholos, que se parapetaban tras de nuevas trincheras a cada derrota que sufrían; estábamos asediados por dobles fuegos enemigos que arreciaban a cada momento. En tal situación, algunos compañeros del Chacabuco advirtieron al capitán Ibáñez que se replegara a reunir más tropas i este respondió dando la orden de “¡Adelante hasta morir el último!"

“Cargamos. En nuestro grupo iba la bandera del rejimiento en manos de su cuarto abanderado. Ya habían caído tres. El subteniente Bravo, que en ese instante cargaba el querido pendón, lo había obtenido por gracia especial.

“En esos momentos i cuando el bravo capitán Ibáñez había realizado su intento, dos balas enemigas vinieron a quitarle la vida. Cayó al encimar la trinchera i a la cabeza de su compañía: murió con la satisfacción de contemplar su triunfo. Sus últimas palabras fueron “¡Mi compañía!" pronunciadas como un ¡ai! de dolor que se escuchó a pesar del estruendo del combate..."

XVI.
Junto con el intrépido adalid habían sido derribados su segundo, el teniente de su compañía J. R. Alamos i el subteniente Bolín. Pero el fiel asistente del denodado capitán quedó firme a su lado, prestándole si más no fuera el socorro de sus lágrimas.

I fué entonces cuando se reveló en toda su intensidad la heroica, la desinteresada, la sublime enerjía del capitán Ibáñez, porque sintiéndose moribundo dijo al soldado: “Déjame solo i ándate con tu rifle a la vanguardia. Yo no te necesito.... porque ya voi a morir!..." (2)

XVII.
I pocos momentos mas tarde, viendo pasar cerca del sitio en que yacía, a su jefe, hízole lánguida seña con el brazo, i, con la voz desfallecida de! que espira, díjole todavía, haciendo el postrer esfuerzo del alma, del heroísmo i del aliento: “Venga mi comandante a ver como muere un capitán del 4.°"

I así, en medio del fragor de la batalla, espiró a la edad de 23 anos, en brazos de su caudillo, el capitán Ibáñez, bravo como un celta, gallardo, ufano i sublime como han sabido morir muchos capitanes de Chile.

XVIII.
Habíalo prometido él así antes i en la víspera, i de esa suerte quedaba cumplida sus dos veces varonil augurio.

“ No dudo que en Lima, había escrito desde el campamento de Calana a persona de su intimidad el 28 de agosto precedente,—encontraremos campo para repetir i quizá sobrepasar nuestra acción del morro de Arica, pues todos estamos animados de un gran espíritu i deseo de figura: entre los héroes"

I como tal figura desde hoi i mui alto, porque, a manera de una reliquia colgada a la bandera de su rejimiento, cual las cruces de honor que decoran los pabellones heroicos en los ejércitos modernos de Europa, pasó su ínclito nombre a figurar en los anales de su rejimiento. “Cada prenda que pertenecía al infortunado capitán Ibáñez, —decía el único oficial de su compañía (la 4° del 1.°) que sobrevivió a la hecatombe,— es conservada aquí entre los compañeros como una reliquia; su cadáver ha sido embalsamado para ser conducido a la patria: su memoria jamás se borrará de la mente de los que lo conocieron i admiraron. A mi sobre todo me martiriza a cada momento la idea de verlo aparecer cuando estoi en la compañía, para darle cuenta de sus soldados: hasta hoi no he podido convencerme de la triste realidad". (3)

Ejemplo tierno i memorable del duradero influjo que las acciones i los caracteres levantados ejercen mas allá de la vida en pro del honor, en pro de la virtud, i en pro de la patria a que sirvieron!

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(1) Tal vez sea lícito agregar que habiendo dejado Aguirre un pequeño niño, fruto de sus juveniles devaneos de estudiante de medicina en -Santiago, hemos obtenido para el sin dificultad una veca en el Asilo de la Patria.

(2) En el Heraldo, diario que vió la luz en Santiago en 1881, se publicó la siguiente interesante relación, al parecer verídica, sobre los hechos del asistente del capitán Ibáñez en Chorrillos i Miraflores:

“Cayó el capitán Ibáñez del 4.° de línea en lo más reñido de la batalla de Chorrillos; i su asistente, que le había sido fiel como un perro, derramó sobre su cadáver un grueso lagrimón, reconcentró en su corazón el espíritu de venganza i se plegó al teniente de la misma compañía don Juan Rafael Alamos, a cuyo lado peleó rudamente, sin tregua ni descanso.
“Como se sabe, dos días después se efectuó la segunda gran batalla, la de Miraflores; i durante la primera parte de ella, todos los soldados del 4.° pudieron ver al teniente Alamos seguido, como por su sombra, por el asistente que fué del finado capitán Ibáñez.
“De repente, en el furor de un ataque vigoroso, cae el teniente Alamos gravemente herido, i junto con caer, se avanza a él el asistente, lo carga sobre sus espaldas i lo trasporta al hospital de Chorrillos.
—"Mi teniente, le dijo el asistente, una vez que Alamos se vio sobre su cama; mi teniente, déme permiso para ir a vengar a mi capitán Ibáñez.
—Vé, hombre, contesté el teniente, i condúcete como chileno i como cuartino.
"Una hora después volvía el asistente sobre una angarilla con un brazo completamente hecho astillas.
—Lo peor es, mi teniente, dijo entrando, que no alcancé a hacer nada: me tocó la mala; me pringaron el brazo apenas llegado al campo."

(3) Carta del subteniente del 4.° don Roberto Morán. publicada en el Diario de la Guerra del 23 de febrero de 1881.


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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