27 de enero de 2019

Pedro Urriola

Pedro Urriola
Pedro Urriola
Teniente

Hubo en la sangrienta batalla, cuyas lástimas contamos, dos gloriosos mancebos, tenientes del batallón Chacabuco, cuyos nombres no pueden separarse porque fueron dos mártires inmolados en la misma ara, en el mismo sitio i en idéntica hora.

Llamábase uno de ellos Jorje Cuevas, Pedro Urriola el otro, amigos inseparables en la mesa de trabajo, en el paseo, en el salón, en todos los placeres como en todas las tareas de la vida santiaguina, en que, rodeados de la simpática aureola de la juventud i de la familia, brillaban a un tiempo como niños, como adolescentes, como servidores en la ciudad. en la milicia i en el fuego...

V.

En cuanto al teniente Urriola derribado casi en los brazos de su fiel amigo para ser en seguida atrozmente mutilado por horda de salvajes, que no de soldados, guardaba también en su pecho nobles tradiciones militares que en los hombres de guerra son estimulo i blasón. Sus dos abuelos habían sido caudillos en las armas i como tales habían muerto bajo de ellas.—"Señor. —decíanos a este respecto un soldado del Chacabuco de la compañía de los dos amigos i retratándolos a su manera en el campo de batalla en que les vió morir,—señor, ¿cómo no había de salir bueno mi teniente Urriola? Toda la noche nos iba animando con que temprano descansaríamos i beberíamos agua en abundancia i hasta comeríamos brevas peladas en las higueras del valle, i por la mañana, al comenzar la pelea, nos gritó:
"¡Muchachos, quítense las caramañolas porque el reflejo del sol en la lata va a servir de puntería al enemigo!" —Cayó un niño a su lado,.—añadía el soldado en el lenguaje de los soldados,— i mi teniente tomó en el acto el fusil i el morral para vengarlo. Era lo mismo que había hecho con el primer herido mi mayor don Polidoro Valdivieso. I fué eso lo que hizo también mi teniente Cuevas cuando lo mataron"

Ah! ¿Cómo no había de ser bueno el teniente Urriola? exclamamos nosotros, junto con el soldado herido de 1879, cuando sus dos abuelos habían perecido en el campo de batalla, el uno en las calles de Santiago, (el coronel don Pedro Urriola el 20 de abril de 1851) el otro (el jeneral don Juan Bautista Eléspuru) en Yungai, el 20 de enero de 1839.  ¿Cómo no había de salir "bueno" si en aquel mancebo que había dejado estudios, sueldos, amores i una madre de quien era orgullo, el arte de pelear i de morir era una herencia, casi un mandato de familia?

Su propio padre fué a sepultarle, i aquí hácese preciso no olvidar que este ultimo, niño como él, militó bajo su antecesor en la campaña que precedió a la presente hace ya cuarenta i seis años.

Fué por ésto que al depositar los mutilados restos de aquel valeroso niño en el cementerio de Santiago algunos meses mas tarde, alguien que quiso saludar su entrada a la inmortalidad, llamóle "hijo i nieto de soldados."


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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