6 de noviembre de 2017

Paulino Vargas

Paulino Vargas
El combate de Agua Santa
(Revista "Prisma", Lima noviembre de 1906).

Acaba el Congreso de conceder en estos días, una pensión á Paulino Vargas, reliquia única de ese primer combate con que se inició la guerra de 1879, en tierras peruanas. 

Nada hemos encontrado de más relieve, que la interesante relación hecha por el Sargento Mayor don Maximiliano Otihura, del combate de Agua Santa; y reproducimos de esa relación la parte que corresponde á Vargas.

Habla el Mayor Otihura, digno de entera fe, como uno de los sobrevivientes también, del regimiento “Húsares de Junín” en dicha campaña: 

«Paulino Vargas, --tal es el nombre del único héroe sobreviviente de la hecatombe de “Agua Santa” que combatió al lado del indomable Sepúlveda, que sólo dejó de relampaguear su tremendo sable después de segar las gargantas de tres de los enemigos, por haber sido derribado de su cabalgadura de un mortal mandoble, que le dividió el cráneo, dejando ver palpitante la masa encefálica.

Vargas, teñido en su sangre, acribillado á balazos y mutilado á hachazos, pudo ver que los chilenos se retiraban presurosos del sangriento campo del degüello, repasando con sus sables a los húsares, esos “leones” que tan alto renombre supieron conquistar en los gloriosos desastres del Ejército del Sur.

Al prever Vargas el espantoso fin que le esperaba, llamó á los soldados chilenos y díjoles “¿Para qué me dejáis con vida? 

A lo que le respondió uno de ellos: "Razón tenéis cholo, ya no podréis más degollar a ninguno de nuestros compañeros" y uniendo la acción a la palabra dirigió la boca de su carabina sobre el cuerpo de Vargas, pero al rastrillar, desvió el punto desgarrándole el omóplato hasta dejar al descubierto un pulmón, cuyas cicatrices le forman una enorme zanja.

Vargas perdió entonces, por completo, el conocimiento; y los enemigos, creyendo que con el último tiro de gracia había concluido la existencia de Vargas, lo abandonaron…

Al despejarse las densas y frígidas camanchacas de la lóbrega y pavorosa noche, fue apareciendo la aurora con su tenue y opalina luz hasta alumbrar el campo de la muerte, empapado con la sangre de los mártires de la Patria! -Paulino Vargas que no había muerto volvió de su letargo, a pesar de las heridas que recibiera en tan desigual lucha el 8 de noviembre del 79; y al recobrar lentamente la razón apercibiose de su espantosa situación e intentó ponerse en pie, pero fue imposible por la extenuación, causada por la enorme pérdida de sangre y la fractura del brazo izquierdo.

En tan penosa condición recorrió Vargas, con la mirada, alrededor de sí, descubriendo á varios de sus compañeros, que yacían tendidos y diseminados en la pampa. Llamó, entonces, en la creencia de que alguno de sus camaradas sobreviviese... pero sólo un débil y prolongado eco respondía a su doliente voz, perdiéndose en las inmensas sabanas del desierto del “Tamarugal”. 

Vargas, después de grandes esfuerzos y arrastrándose, consiguió llegar al grupo más cercano de cadáveres en el que reconoció a su jefe el comandante Sepúlveda, al teniente Teodomiro Puente Arnao, cabo 2º Hipólito Castro y trompeta Sánchez, en cuya fúnebre compañía, permaneció cuatro días, sufriendo la terrible inclemencia de las noches; y en los días, al abrasador calor de los rayos solares, cuyos reflejos sobre la brillantez del salitre, presentaban esos espejismos que hacen ver al solitario viajero largas caravanas ó inmensas lagunas que, á semejanza de las fuentes mitológicas, atraen al inocente caminante que abrasado por la sed se dirige en pos del codiciado líquido, y más se aleja del camino hasta volver a él más fatigado y desorientado.

Vargas estaba desfallecido por la terrible fiebre. Quiso la casualidad que pasaran tres mujeres que habían estado ocultas en los calichales, y encontraran á Vargas; éstas, heroicas y abnegadas, que iban de huida y en demanda del ejército peruano, a pesar del riesgo que corrían por la ferocidad de los invasores regresaron á la solitaria oficina de “Germania”. en busca de una carreta, la que engancharon á los arneses de la única cabalgadura que tenían, dirigiéndose al lugar en donde se encontraba Vargas; lo pusieron con el mayor cuidado en la carreta y se dirigieron á “Peña Grande” en donde lo encontramos, por regresar en ese momento de hacer una exploración al cerro de “Guaro”. Después de hablar con Vargas nos dirigimos a nuestro campamento de “Pozo Almonte”, en donde encontramos al sargento 1º Pimentel con 19 heridas, cuya primera curación la hizo el que escribe estas líneas, por no haber llegado hasta ese momento ambulancia alguna, porque recién se estaba reconcentrando el ejercito que se hallaba acantonado en Iquique, la Noria, Alto de Molle, La Central y otros lugares; momentos después era traído el soldado Agapito Ramírez, también con 19 heridas; y el cabo 2º Martínez en la misma condición que su compañero. Estos bravos húsares, después de batirse como verdaderos leones, resistieron el “doctrinal repase” del enemigo, hasta que fueron abandonados por creérseles muertos; pero ellos, al recobrar el conocimiento, se alejaron del campo, guareciéndose en una de las oficinas, de donde fueron recogidos por nuestras avanzadas. Salimos nuevamente, con todo el ejército, en busca del enemigo pasando el día 17 por la pampa de “Agua Santa”, encontrando el campo cubierto de cadáveres de los “Húsares de Junín”, ¡todos mutilados é hinchados! »


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Texto y foto tomados de la revista "Prisma", núm 25, Lima noviembre de 1906.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. No me cuadra. Chile tuvo sólo tres fallecidos en ese encuentro: el sargento Tapia, el cabo que lo escoltaba en el sableo, y el soldado Piñeiro, abatido de un balazo por un centinela aliado en su aproximación de reconocimiento. El relato señala que el comandante Sepúlveda dio muerte a otros tres, lo que no se registra entre las bajas chilenas.
    Tampoco la muerte de Sepúlveda calza con el relato chileno: se menciona allí que un sablazo lo abrió "desde el hombro hasta la mitad del pulmón". Y no de un golpe en el cráneo.
    Es real lo del repase. Se aplicó a los heridos, quizás si por la imposibilidad de trasladarlos hasta un puesto de auxilio por carencia de medios de transporte. No obstante, los capturados ilesos, con capacidad de cabalgar, fueron trasladados hasta el grueso de las fuerzas chilenas, en Pisagua, y luego remitidos a Antofagasta.
    Lo que resulta clave de entender en este sangriento encuentro es que, tanto las fuerzas chilenas (dos compañías incompletas del "Cazadores" más distintos oficiales agregados, sumando unos 175 hombres) como las aliadas (dos compañías incompletas de húsares, más una autoridad civil y algunos oficiales agregados, sumando unos 95 a 100 hombres) al momento de arremeter contra el enemigo detectado, pero aún sin estimación de número, ignoraban la cuantía de la fuerza que enfrentarían.
    Barahona y Sepúlveda, los respectivos comandantes, no tuvieron, pues, ni idea del número de enemigos que enfrentarían en breves minutos al momento de ordenar sus respectivas cargas.
    El destino favoreció a Barahona, en superioridad de 1.8 a 1, disponiendo además de tropa mejor montada. Sepúlveda tuvo que advertir aquello en los momentos previos al choque de caballería, pero sabemos que no vaciló y enfrentó su opción virilmente.
    Todo soldado que cae en combate, en defensa de su bandera, merece nuestro respeto y honra, pero aquel comandante que cae al frente de su tropa, liderando una carga, siempre me ha parecido lo más alto en patriotismo y honor.

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