24 de marzo de 2018

Arturo Pérez C.

Arturo Pérez Canto
Don Arturo Pérez Canto
Subteniente del Chacabuco

I.
El jemelo en gloria i en sacrificio del subteniente Cruz, el subteniente Arturo Pérez Canto, alumno, del liceo de Valparaíso, fué tan valeroso como el alumno del liceo de Curicó. Al decir de todos los que le conocieron bajo las armas, era aquél un niño de brillantísimas esperanzas, i como Julio Hernández, teniente del Buin a los dieziocho años, parecía llamado a ocupar un distinguido puesto entre los que sirven a su patria por el amor de su gloria.

Escuchemos a este respecto las confidencias íntimas de su hogar.

"Desde pequeño,.—decía de él haciendo cariñosa memoria su hermano primojénito que había sido cirujano de su propio rejimiento,—tuvo Arturo marcada afición por la carrera de las armas. Así, muchas veces, mirando el retrato de nuestro abuelo don José A. del Canto, le entusiasmaba su traje militar i el parche de Malpú que adorna su brazo, i pedía a nuestra madre que le contara la vida tan llena de accidentes del que, marino a las órdenes de lord Cochrane i soldado de la independencia, fué también minero i agricultor.

"Cuando comenzó la guerra, Arturo cursaba humanidades en el liceo de este puerto, pero las noticias del norte le eran entonces de más interés que sus estudios. Las acciones de Pisagua, Dolores í Tarapacá produjeron en él una gran excitación, según pude saber más tarde, pues en esa época yo estaba en el ejército como cirujano del Chacabuco. Después de Tarapacá, habiendo venido con los heridos de mi batallón, me vi continuamente asediado por las preguntas de Arturo sobre la vida de campaña, el campo de batalla, las marchas, los soldados, el desierto. Pero ocultaba cuidadosamente manifestar que pensara ofrecer su pequeño continjente a nuestro ejército, pues, bien sabía que le iba a faltar el permiso de mis padres.

"Más tarde cayeron Tacna í Arica, i estas victorias decidieron a mi pobre hermano a ejecutar ya su pensamiento".

II.
"Fugado temerariamente de su casa i del colejio, como Manuel Baquedano en 1838, el niño santiaguino tiró sus libros al mar desde el muelle de Valparaíso, i escondido, fuese a Arica en demanda del ejército i de su hermano acantonado con su rejimiento en Calana, junto a Tacna.

Cuando el estudiante de humanidades del liceo de Valparaíso emprendía aquella odisea de la que no habría de volver sinó sobre su broquel, como los héroes de Troya, no había cumplido aún la edad núvil ni siquiera la anticipada primavera de la adolescencia.

El tierno soldado no contaba todavía 16 años, puesto que naciera en 1864, i cuando a escondidas fugóse de su techo i de la escuela en el vapor Matías Cousiño, era en el mes de agosto de 1880. Al comenzar la guerra, el subteniente Pérez Canto no pasaba de ser una criatura de 14 años que apenas podía consigo su pizarra, pero en su hora supo cojer la espada o empuñar un fusil con el mismo valiente esfuerzo que su amigo inmediato en la campaña, el subteniente Cruz.

III.
Al llegar furtivamente al puerto de su desembarco en la playa enemiga, intentó su hermano mayor devolverlo a su hogar, pero vencieron sus ruegos i aun sus lágrimas; i de esta suerte aquel mancebo verdaderamente heroico peleó en Chorrillos como ayudante del coronel Toro Herrera, quien dice de él, en su parte oficial de la jornada, estas palabras singulares; "El subteniente Pérez Canto se distinguió por su admirable valor a toda prueba"

IV.
Un incidente digno de ser especialmente recordado respecto de estos tiernos pero jenerosos ánimos aconteció en la víspera de la batalla en que tanto se señalara el subteniente Pérez Canto, i uno de sus amigos que por una singularidad del destino lleva el mismo nombre de su inmediato compañero de armas (Luis de la Cruz), describiólo al saberse su muerte en Chile en los injenuos términos que aquí copiamos:

"Poco antes del día en que la marcha del ejército chileno de Lurín a Lima se efectuara en la noche del 12 de enero de 1881, encontrábase el comandante Zañartu, segundo jefe del Chacabuco, el que esto escribe i otros oficiales del mismo cuerpo, reunidos a la hora de comida. Se disertaba naturalmente sobre la próxima batalla i sobre la parte que le tocaría en ella al cuerpo a que pertenecíamos.

"El valiente comandante Zañartu tenía una preocupación constante que le mortificaba sin cesar i de que nos había hablado en otras ocasiones. Esta vez nos repetía: "A medida que se aproxima el día del combate más me mortifica la idea de que este niño Pérez vaya a servir de carne de cañón, i si esto sucede tendré un remordimiento eterno en la conciencia... Yo quisiera que el coronel lo dejara con algún pretexto sin entrar en acción."

"I a la vez que así se expresaba, mandó llamar al niño Pérez, como él lo nombraba siempre, quien se presentó a los pocos momentos.

"Lo llamo, subteniente Pérez,—le dijo Zañartu,—para decirle que Ud. se quedará el día del combate a cargo del equipaje del cuerpo".

"Pérez recibió aquellas palabras como un bombazo, quedando por muchos minutos silencioso. Por fin dijo: "Yo cuando vine a ocupar un lugar en las filas del ejército, fué, señor, para estar siempre al lado de mi cuerpo, tomando así parte en las acciones en que se hallara, pues considero que sería indigno i ridículo que un oficial, mientras sus compañeros están en medio de la batalla, él, con toda sangre fría, permanezca inerte cuidando que alguno no se robe la manta u otra prenda del soldado...

"Se olvida, subteniente,—interrumpióle Zañartu,—con quien habla! Parece que ignora Ud. la ordenanza que manda obedecer sin replicar las órdenes de sus superiores!"

"Pérez tuvo que guardar silencio. Dos lágrimas asomaron a sus párpados, mientras que el encendido color de su rostro Indicaba la lucha de encontrados sentimientos que había en su alma.

"El valiente, el noble Zañartu, se sentía también conmovido a la vista del valor i digna actitud de aquel joven que reclamaba un derecho indisputable,

"Indicóle se retirara i que luego se le comunicaría la última resolución. Libre ya de su presencia, Zañartu exclamaba con entusiasmo:—"Si Chile me diera un rejimiento de niños como éste, tendría bastante para batir a todo el ejército peruano. En fin, he hecho cuanto me era posible para evitarle una muerte casi segura: él lo quiere, mi conciencia queda tranquila".

"Dos días después el ejército se ponía en movimiento i el subteniente Pérez, cabalgando en un magnífico animal que le obsequiara el coronel, señor Toro Herrera, marchaba a su lado sirviéndole de ayudante".

V.
Hasta aquí la confidencia de su compañero de bandera i de victoria.—El subteniente Pérez Canto, en su calidad de ayudante de campo de su jefe de batalla, no obstante su pequeña talla infantil, había tenido ocasión de lucirse en su caballo de pelea, i no fué él quien cayera sinó el valiente capitán que haciendo oficio de padre había querido salvarle, ahorrándole por ese camino algunos días de vida.

VI.
En confirmación de todo lo que hemos venido diciendo, deberemos agregar aquí que el subteniente Pérez Canto había nacido en Santiago el 26 de noviembre de 1864, i era nieto del bizarro comandante don José Antonio del Canto, tronco de numerosísima familia militar i que fundó su escuela combatiendo en la tierra i en el mar bajo las banderas de Cochrane i de San Martín.

En cuanto a la elevación de su alma, hé aquí lo que él mismo de sí propio decía, según una nota manuscrita que se nos ha enviado desde la inspección jeneral del ejército, i con la cual cerramos esta pájina de su nobilísima carrera:

"Poco antes de su muerte bahía recibido una carta de su señora madre, en que le decía que sentiría sobre manera el que le ocurriera una desgracia, i que su pérdida le ocasionaría un eterno desconsuelo; a lo que el niño le contestó: "Que si tal cosa llegaba a sucederle, haría por que su muerte fuera acompañada de fúljidos destellos de gloria, que más bien que sentimiento le llevara, junto con el ósculo de eterna despedida, un justo sentimiento de orgullo i la satisfacción de haber enjendrado al hijo que había sabido morir por la patria"

VII
I con relación a la memoria que de su virtud i de su valor ha dejado entre sus compañeros de armas, que él tanto amó, las dos cartas que en seguida copiamos dan testimonio de alto i cariñoso aprecio más allá del martirio, del cuartel i de la turaba:

"Lima, agosto 3 de 1882. 
"Señor Rudesindo Pérez.

"Respetable señor:

"El 9 i 10 de julio último en el pueblo de La Concepción fué atacada i exterminada por el enemigo la 4.° compañía del batallón Chacabuco, que tengo el honor de mandar, i de la que formaba parte el subteniente señor Arturo Pérez Canto,

"En ese hecho, que ha sido mui honroso para las armas de Chile, fué muerto su distinguido hijo Arturo, después de haber luchado 19 horas con señalado heroísmo,

"Al dar a usted esta sensible noticia, declaro a usted a nombre de mis compañeros i al mío propio, que nos asociamos a su pesar, lamentando la muerte de nuestro querido compañero de armas con el más tierno afecto, i asegurándole que la gloriosa memoria de Arturo será siempre recordada en el Chacabuco con respetuoso cariño.

"Con sentimientos de respeto i consideración me suscribo su mui atento i seguro servidor
"Marcial Pinto Agüero."
______________

"Lima, agosto 3 de 1882. 
"Señor Rudesindo Pérez,
Valparaíso.

"Respetado señor;

"Los jefes i oficiales del batallón Chacabuco tenemos el propósito de hacer un retrato al óleo de su hijo Arturo para recordar la memoria de nuestro distinguido compañero de armas; i a fin de poder realizar nuestro deseo, espero que usted nos haga el servicio de mandarnos un retrato de fotografia por no existir aquí ninguno del finado.

"Con este motivo me suscribo su atento i seguro servidor,
"Marcial Pinto Agüero."

VIII.
Tal fué el imponderable sacrificio llamado de los "setenta i siete de La Concepción", i a nadie se habrá ocultado la viva similaridad que en ese grupo de niños, comandados por un capitán de 30 años, ofrecía con relación al mancebo que más de cerca precedía en años al postrero de la serie.

Entre los subtenientes Cruz i Pérez Canto encontrábanse, en verdad i sin esfuerzo, interesantes analojías. Ambos eran estudiantes en su respectiva ciudad, es decir, en Curicó i Valparaíso. Ambos sentaron plaza de soldados, el uno en el Curicó (noviembre de 1880), el otro en el Chacabuco (noviembre de 1880). Ambos, en cierta manera, se marcharon como prófugos de su hogar; ambos desobedecieron la orden de custodiar los bagajes de su cuerpo en las batallas de Lima, puesto a que, por su edad i aspecto infantil, los destinaron sus jefes, i ambos se batieron con señalada bravura en aquellas jornadas. Ambos también murieron el uno junto al otro.

IX.
Por esto el conjunto de todos, de capitán a tambor, en el grupo de La Concepción ¿no habría ofrecido un digno tema, como el grupo de Iquique, para perpetuar en el bronce su juventud, su gloria i su martirio?

Al menos pensáronlo así sus propios compañeros que erijieron a su memoria marmóreo monumento; i al guardar sus corazones traídos a su suelo en rica ánfora, humedecida de lágrimas,

I confundiéndolos a todos en un solo abrazo, su jefe .superior había dicho de ellos en su parte oficial de la jornada, estos conceptos que serían un digno epitafio para su sepultura común, bendecida i bendita.

"La memoria del capitán don Ignacio Carrera Pinto, subtenientes don Julio Montt, don Arturo Pérez Canto i don Luis Cruz M., sacrificados con sus setenta i tres soldados en el puesto del deber, es algo que el que suscribe, como el personal de mi manda, recordaremos siempre con profundo respeto, i nos esforzaremos en imitar, en algo siquiera, el camino que con su abnegación i sus vidas nos ha trazado ese puñado de valientes"


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Texto e imagen tomado del Álbum de la gloria de Chile, Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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