15 de enero de 2017

Julio

Crónicas del tiempo heroico

JULIO
El pequeño héroe peruano

Julio figuraba en 1879, entre la ‘‘flor y nata” de los “mataperros” de Lima.

¿Quién era Julio? Ni él mismo lo sabía; no recordaba haber conocido madre y guardaba muy poca idea de alguien al cual había dado el nombre de padre. No conocía a pariente alguno, y sólo sabía que desde pequeño había entrado a servir en una casa, de la que escapó cuando le acometió la neurosis de la vagancia...

Pronto empezó a practicar esa vida de pilluelo vendedor de diarios, repartidor de programas, mandadero, etc.

Simpático por naturaleza, tenía clientela y favorecedores para sus diversos “oficios”, lo que le permitía vivir sin hambre. .. ¿Dónde habitaba Julio? En ninguna parte. La calle era su casa.

Por los días en que expedicionaron al Sur las fuerzas peruanas, Julio desapareció de los sitios donde era frecuente encontrarlo. Si se preguntaba por él a sus compañeros, no daban contestación satisfactoria. No aparecía.

Pasaron las luctuosas horas de los desastres peruanos.

Fueron llegando a Lima los restos del ejército del Sur, y... un día se volvió a oír la voz de Julio, vendiendo periódicos. ¿Dónde había estado durante más de un año? Él lo contó. La vista de los batallones que marchaban al campo de batalla, había enardecido su sangre y héchole sentir deseo de partir con ellos.

En el Sur asistió a los desastres de San Francisco y Tacna, recibiendo una herida en esta última batalla. ¡Contaba once años!...

Poco después, el 15 de Enero de 1881, tenía lugar la sangrienta batalla de Miraflores, y Julio, el pequeño combatiente de San Francisco y Tacna, también se encontró allí.

Tras la batalla de San Juan, a lo que había asistido, se presentó en el campo de Miraflores, llevando como trofeo de su valor, un caballo chileno, el que montaba orgulloso el día 15, paseándose triunfante en medio de los fuegos, por toda la línea de combatientes. Con un rifle en una mano y una manta a la cintura, llena de cápsulas, sostenía en la diestra una bandera, la que hacía flamear en alto, al mismo tiempo que entonaba la primera estrofa del himno patrio:

“¡Somos libres! ¡Seámoslo siempre! 
¡Y antes niegue sus luces el sol,
Que faltemos al voto solemne
 Que la patria al Eterno elevó!"

Mas, ¡ay! cuando su canto era más entusiasta, una bala le hizo caer sobre el arzón de la silla, a la que se aferró con las uñas, desesperado de dolor, pero sin soltar la sagrada insignia de su patria, la que aun hacía flotar, cuando otro proyectil, más certero, lo arrojó del caballo y acabó con su agonizante canto.

Murió, y su último acento fueron las notas iniciales del himno nacional:

“¡Somos libres! ¡Seámoslo siempre! 
Y antes niegue sus luces el sol”... 

Tal fué el pequeño héroe peruano, ejemplo de abnegación y entusiasmo y del santo amor a la patria.

Al publicar hoy estas breves líneas, creemos rendir homenaje al inocente mártir, al par que evocamos su recuerdo, digno de tener imitadores.

María del Carmen Lobo ARRAGA.

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Texto publicado en la revista argentina "A.B.C.DARIO", Buenos Aires del 22 al 28 de Octubre de 1914.

Saludos
Jonatan Saona

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