19 de noviembre de 2016

Una apuesta gloriosa

Una apuesta gloriosa.
(Episodio de la guerra del Pacífico.)
A José Francisco Prado.

El 2 de Noviembre de 1879, tomó posesión de Pisagua el ejército chileno, después de un reñidísimo combate que duró ocho horas, sostenido por una pequeña guarnición, contra una escuadra poderosa y un ejército diez veces superior.

Una vez apoderado de ese desembarcadero, todo su empeño fué impedir la reunión de los ejércitos perú-boliviano, que ocupaban Iquique y Arica, y adueñarse, sobre todo, de aquel primer centro del comercio salitrero.

Con esta idea, valióse de la línea férrea que, cruzando el desierto, va de Pisagua á Agua Santa deteniéndose en Dolores, punto, que á mas de hallarse sobre el camino que querían cortar al enemigo, poseía el único manantial de agua potable que hay en esa comarca.

Además el campamento de Dolores es un punto estratégico y militar; situado á poca distancia de la estación de este nombre, tiene á su espalda por el lado del Sur un cordón de cerros y un morro elevado llamado San Francisco; mas adelante, esos cerros van descendiendo hasta la extremidad austral del cordón, donde se eleva otro que lleva el nombre de La Encañada. Estas alturas casi inaccesibles, fueron las que ocupó el Ejército chileno, fortificándose en ellas previendo combatir con el ejército perú-boliviano que se hallaba en Iquique, el que bloqueado por la Escuadra enemiga y obstruido el único camino de comunicación por tierra hallábase en una condición desesperada, no quedándole otro medio que forzar el para llegar á Arica, cuartel del ejército aliado. El ejército de Iquique acometió resueltamente esta empresa abandonando la ciudad el día 5 de Noviembre.
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Rayaba la aurora del 19 de Noviembre cuando los ejércitos unidos, tras una marcha desastrosa llegaron á la vista del cerro de San Francisco en cuya cima divisaron a los chilenos. Un hurra espontáneo salió de los fatigados pechos de los soldados: el combate era el término de su dolorosa peregrinación. Así después de haber saciado la ser abrasadora que traían, principiaron á tenderse en línea de batalla, formando pabellones al concluir aquel movimiento, por haberse acordado no dar la acción hasta el siguiente día.

Pronto, mil grupos de soldados y oficiales marchaban diseminados por el extenso campamento discurriendo sobre el próximo encuentro: todos contentos y entusiastas forjaban numerosos planes para la lucha.

Uno de los grupos iba formado por militares peruanos que departía sobre el punto que á todos preocupaba: el cercano combate.

— Yo les prometo á fe de Grocio, que si no me matan de los primeros, les he de dar que hacer á estos traidores.

Esto decía uno de ellos dirigiéndose a sus compañeros, y después interrogando particularmente al que se hallaba á su derecha le preguntó:— Y tú, Apolinario, qué dices?
— Yo, contestó el interpelado, digo lo que tú; si no me imposibilitan al principio de la acción, les he de probar lo que es un peruano.

— Bravo!, dijo el que se había llamado Grocio, ahí verán lo que somos; ¿no es verdad, señores? — Todos contestaron aplaudiendo las palabras de su compañero, que, mirando los cañones, que en la cumbre del San Francisco mostraban sus fatídicas bocas, siguió hablando con las manos extendidas hacia ello: 

— Juro que esos cañones mañana estarán en mi poder.

— O en el mío, —contestó sencillamente Apolinario, sonriendo y mirando á su amigo.

Este sonrió á su vez y tendiéndole la mano le dijo:
— Entonces, apostemos á ver quien es el que primero los toma.
— Aceptado; señores, ustedes sean testigos.

Tras estas palabras los cuatro amigos siguieron conversando de diferentes asuntos hasta que se retiraron á sus puestos...

Daremos á conocer en algo á los dos valientes que se habían comprometido á escalar el cerro San Francisco y tomar los cañones que lo defendían.

Grocio era hijo del General don Mariano I. Prado, entonces Presidente del Perú y Director General de la guerra.

De regular estatura, de formas robustas, .blanco, de ancha frente y ojos grandes y rasgados, en su mirada se leía la ambición de gloria y la energía de su alma.

Sus maneras cultas, hijas de la brillante educación que recibiera en los mejores colegios de Europa y Estados-Unidos de América, lo hacían el tipo más noble de la caballerosidad.

Al declararnos Chile la guerra con que nos sorprendió, Grocio Prado, que estaba en Norte América acabando sus estudios de Medicina, voló á empuñar las armas en defensa de su patria, saliendo al sur como agregado al batallón Ayacucho N°3 y que mandaba su primo el Coronel Manuel Antonio Prado. Ya en el sur fué nombrado segundo Jefe de la primera compañía con el grado de Capitán, en cuya condición estuvo el día de la apuesta en que lo presentamos.

Agregaremos que no era la primera vez que Grocio iba á exponer su vida en un combate, pues ya había dado pruebas de su valor en la guerra de independencia de Cuba. (junto con su hermano Leoncio Prado), donde ganó con sus esfuerzos el grado de Mayor del Ejército Libertador.

Apolinario Salcedo, compañero de Grocio Prado con quien este había hecho la apuesta, era un militar de valor y de irreprochables antecedentes. De regular estatura, delgado, picado el rostro por las viruelas, afable en su trato y modesto en sus hechos, nadie hubiera creído á Salcedo un hombre tan valiente como lo había probado ser en otras ocasiones, y como aún lo iba á demostrar muy pronto.

Como Grocio, había marchado al sur agregado al batallón «Ayacucho», cuyo jefe lo distinguía por sus méritos personales y por su pericia y arrojo militar. Para esto había pedido su separación del batallón Paucarpata — la que le fué concedida — en el cual mandaba una compañía j con el grado de Mayor de ejército.

Una vez en el sur, se le dio el mando de la 8° compañía del «Ayacucho», que con otras de diferentes batallones pasó á formar el cuerpo denominado Gran Guardia...

Tales eran los que habían apostado asaltar la cima del San Francisco y arrancar los cañones del poder de los chilenos.

¿Cumplieron su apuesta?... Pronto lo veremos.
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¿Qué detenía á los chilenos en atacar al ejército aliado que estaba á sus pies y á tiro de rifle?

¿De qué manera principió la acción al faltar pocas horas para terminar el día?

Hé aquí dos preguntas, de las cuales una tiene contestación bien satisfactoria, siendo la otra bastante difícil de absolver.

El porqué no atacaron los chilenos al ejército aliado se comprende perfectamente,... por miedo... pesar de sus magníficas posesiones y de que dominaban al enemigo, querían batirlo con fuerzas superiores, y pidieron á Pisagua el resto de la fuerza expedicionaria (4.000 hombres) que había quedado allí para atender á las eventualidades de la campaña.

En cuanto á la segunda pregunta, es indudable que los jefes bolivianos sabedores de la traición de Daza, su jefe, al retirarse con los tres mil soldados que bajo sus órdenes habían salido de Tacna con el objeto de atacar á los chilenos simultáneamente con el ejército procedente de Iquique; es indudable, repetimos, que ellos ansiando volver á su patria para satisfacer ambiciones determinadas, en momentos en que toda la Nación estaría justamente indignada del proceder de su jefe, fueron los que iniciaron y terminaron el desastre, fusilando á mansalva á los peruanos, que se batían denodadamente
contra el enemigo...

Al sonar los primeros tiros, preludios del combate, las columnas ligeras de vanguardia y el cuerpo llamado la Gran Guardia escalaron impetuosamente el cerro.

En la Gran Guardia y al frente de su compañía, el Mayor Salcedo, con la espada en una mano y en la otra el kepi marchaba impávido, dirigiendo palabras entusiastas á los soldados y señalándoles al enemigo al que se acercaban por momentos.

El batallón «Ayacucho», que junto con los de la división «Vanguardia» ascendía también el cerro, rivalizando en valor con las columnas ligeras, llevaba al frente de su primera compañía al Capitán Grocio Prado.

Prado y Salcedo se miraron; en esa mirada se recordaron su apuesta y sacando cada uno su compañía del grueso del ejército, se adelantan sobre el enemigo animándose con la palabra.

—¡Adelante Grocio. ..muchachos de frente... Arriba Salcedo... los cañones nos esperan .. A ellos!... A ellos!

Estas y otras palabras se dirigían avanzaban y avanzaban, ávidos de gloria llevándoles no pequeña distancia á sus soldados, que, jadeantes y entusiasmados con su ejemplo, los seguían, recibiendo serenos el fuego nutrido del enemigo que cercenaba sus filas...

Los dos valientes llegaron, los primeros, á poner sus manos sobre los cañones conquistados por su heroísmo.

Un ¡Viva el Perú! lanzaron sus labios, y un abrazo de entusiasmo se dieron estos generosos hijos de la patria al ver realizado su anhelo.

Sus soldados continuaban batiéndose como leones.

Prado y Salcedo, cual genios de la guerra, al frente de ellos rivalizaban en ardor, ayudándolos á recuperar las posesiones que los desesperados ataques del enemigo les arrancaban por un momento.

El combate era cada instante más encarnizado. Más y más fuerzas llegan á la cima del San Francisco, apagando por completo los fuegos de la artillería.

El inolvidable Espinar, gana allí la inmortalidad, recibiendo una bala en la altiva frente, que, descubierta, desafiaba serena al enemigo.

Otra bala le arranca la espada de la mano á Prado; Salcedo le alcanza con naturalidad una que recoge del campo de batalla.

La acción sigue; los peruanos, mas que hombres, parecen leones que defienden su soberanía en la selva... "hasta que cansada la tropa, diezmada por el nutrido fuego, sin esperanza de recibir refuerzo del resto del ejército que permanecía de mero espectador del combate; y sobre todo, el fuego incesante que hacía el ejército boliviano, causándoles mayor número de bajas que las que hacía el enemigo, infundió el desaliento y el desorden en nuestras filas"

Grocio Prado y Apolinario Salcedo, son los últimos que abandonan el cerro conquistado con tanto heroísmo y que tanta sangre había costado. Marchando al acaso y muy á retaguardia de su tropa, asidas las manos, desprecian el fuego de los contrarios.

Al llegar á la falda del San Francisco, y en el mismo sitio donde horas antes habían hecho la gloriosa apuesta, Grocio se arroja en los brazos de su amigo y le dice con la desesperación del valor:
— ¡Cumplimos lo dicho; pero estamos derrotados!

Salcedo le abraza y le contesta: Pero hemos dado á conocer á los chilenos, que hombres como Espinar aún quedan en el Perú.

Ernesto A. Rivas.

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Texto publicado en "El Perú Ilustrado" 31 de marzo de 1888

Saludos
Jonatan Saona

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